Lo que el pasado jueves parecía uno más de los habituales cortes de fluido eléctrico a los que tan acostumbrados está la sociedad venezolana derivó, desgraciadamente, en colapso absoluto.

Al cero energético, que ayer ya se había ido recuperando en distintos estados, se fueron sumando a lo largo de la semana la falta de agua potable (bombeada por electricidad); la imposibilidad de preservar la cadena de frío de los alimentos, que terminaban pudriéndose en las neveras; la afección a los hospitales, que han sumado fallecimientos a causa de la falta de energía; la caída de las redes de comunicaciones y el efecto en todo tipo de gestión, pero, sobre todo, el incremento del miedo y la desesperación, agravados en un ambiente de una irrespirable crisis social y política.

Los testimonios de cuatro ciudadanos recogidos por El Día a través de whatsapp le ponen cara, pero también carne y hueso, a unos episodios dramáticos.

Rafael Pernalete, constructor, vecino de Caracas, explicaba de una manera gráfica que “desde la tarde del pasado jueves no hemos podido hacer nada”. Y aunque relataba que ya se había normalizado en algo el acceso a internet y a la telefonía móvil, “hay una buena parte de operadoras que aún permanecen caídas y la comunicación no resulta nada fluida”.

Conocedor por su labor profesional del estado de las infraestructuras del país, Rafael comentó que “Caracas se encuentra situada a 900 metros sobre el nivel del mar y se requieren bombas muy especializadas, alimentadas por electricidad, para elevar el agua, y que, además, consumen mucho”. Y puso el acento en “la falta de mantenimiento en las líneas de transmisión” para explicar las razones de tan monumental colapso.

También afirmaba que el ‘apagón’ democrático que vive Venezuela se remonta a la época de Hugo Chávez. “Desde entonces se han ido restringiendo las opciones de libertad”. Y era realista sobre las alternativas de cara al futuro: “El usurpador no va a querer salir por las buenas”.

Miguel Quintero, vendedor de pólizas de seguros, residente en Valencia, capital del estado de Carabobo, señalaba que, tras el apagón del jueves, la energía se restituyó en parte el sábado, “para caer de nuevo durante la madrugada”.

No escondía que “se trata de una situación bastante complicada” y refería el grave inconveniente que representó la paralización del acueducto regional del Norte, una infraestructura básica, por la ausencia de energía.

Durante su relato fue derramando “mucha impotencia”, un malestar que ha permanecido incubado en su interior. “Durante años hemos recibido maltrato y humillación por parte de este Gobierno”.

Y hablaba de agresiones verbales ya desde la época de Chávez y físicas en contra de los manifestantes, así como la dilapidación de dólares, y los años y años sin inversiones. “Estamos pagando esa factura”.

Y concluía: “Este Gobierno dictatorial e inoperante debe cesar en su mandato, entregar el poder y convocar elecciones libres”.

Francisco Angola. Empresario de salas de fiesta y locales de comida en la ciudad de Valencia, pedía disculpas por no haber podido atender la llamada y es que, tal y como contaba, “cuando no es la luz es el agua y cuando no la caída de internet... Es la suma de los problemas que estamos padeciendo los venezolanos”.

Y calificaba de “crítica” la situación, no tan sólo por la au_sencia de electricidad, “sino porque también vivimos con la tristeza de carecer de agua potable, que depende para su distribución de la energía eléctrica”. Hasta el punto de que la gente, desesperada, “se ha lanzado a recoger las aguas negras y putrefactas del río Guaire”, lamentaba.

“Nos están ahogando” y aunque explicó que aparentemente ya se había empezado a restablecer el fluido eléctrico, entendía Francisco que sobrevendrá una época de “duro racionamiento” y una realidad subterránea: el mercadeo negro de bienes básicos como agua y hielo, pagados en dólares.

Henry Ismael Ruegeles, perito de seguros, habitante de Maracay, capital del estado de Aragua, a unos cien kilómetros de Caracas, no dibujaba un escenario mejor.

Como los anteriores testimonios, también se refería el apagón desde la tarde del jueves y la recuperación intermitente de la energía. “Vivo en una zona céntrica y ya desde ayer contamos con electricidad, aunque otros lugares aún permanecen a oscuras, con racionamiento eléctrico”.

El fallo energético ha incidido en servicios “como los puntos de venta de bancos, comercios, a lo que se une la falta de efectivo”, además del suministro de agua, “que ahora se ha agudizado, pero que ya veníamos sufriendo desde mediados de enero por problemas en los sistemas de bombeo”.

Unos familiares suyos en la zona de Los Llanos, frontera con Brasil y Colombia, “se han visto más afectados por el apagón”, como también otros estados orientales.

“Internet está totalmente caído”, señalaba, generando también un apagón en las comunicaciones.

Y, de fondo, la figura omnipresente de Nicolás Maduro.

20.000 personas a diario pasan hacia Colombia

“En Venezuela no se consigue absolutamente nada. No hay ni harina para hacer la tradicional arepa venezolana. No se consiguen el aceite, la mantequilla... los insumos básicos de la cocina criolla escasean demasiado. Cuando se consiguen, es a unos precios extremadamente altos, porque pasan por las manos de los revendedores. Se ha convertido en una locura”, comenta Marco Antonio Rosales, uno de los miles que cruza cada día al país vecino.

Rosales, propietario de un taller de confección, cuya producción ha disminuido drásticamente por la crisis económica que vive Venezuela, se mueve con agilidad en las intrincadas callejuelas de los mercados colombianos que se han erigido junto a los puentes fronterizos. El lugar es un hervidero de personas a mediodía. La mayoría son venezolanos. Buscan alimentos, y también medicinas. Nada más cruzar el puente, aparecen varias personas ofreciendo acetaminofén y pañales, dos de los insumos básicos más reclamados por los venezolanos.

Los locales del mercado invaden la calle para mostrar su mercancía. Abundan también productos perecederos como frutas, hortalizas, o carnes.

“La moneda venezolana ha sufrido una devaluación gigantesca y para el venezolano es más rentable venir aquí a Colombia y comprar los alimentos”, explica Rosales a Europa Press.