Elecciones en un país clave

Berlín teme una estocada al eje franco-alemán si Marine Le Pen gana las legislativas

El canciller alemán se aferra públicamente a que, en caso de cohabitación entre Macron y un primer ministro ultraderechista, su interlocutor seguirá siendo el presidente

Emmanuel Macron y Olaf Scholz.

Emmanuel Macron y Olaf Scholz. / AP

Gemma Casadevall

"Contemplo con preocupación la segunda ronda de las parlamentarias francesas, tras lo que estamos viendo en los Países Bajos y lo que ya vimos en dos países escandinavos", afirmó el canciller alemán, Olaf Scholz, este viernes ante los medios. Llevaba varios días dando respuestas menos concretas a la pregunta de qué pasará con el eje franco-alemán si las urnas dan a Marine Le Pen las llaves del poder. La agencia de noticias DPA citaba una frase de Scholz, pronunciada en una reunión del Partido Socialdemócrata (SPD), más incisiva de lo que le permite su norma de no incidir en la política interna de otros países: "La situación en Francia es deprimente. Cruzo los dedos y espero que Francia, un país que amo y aprecio, evite un gobierno liderado por la extrema derecha".

A Scholz le persigue la pregunta de si el maltrecho eje franco-alemán sobrevivirá a una victoria de Reagrupamiento Nacional desde que el partido de Le Pen se alzó con el primer puesto en la primera vuelta. El canciller se aferra públicamente a que, en caso de cohabitación entre Emmanuel Macron y un primer ministro ultraderechista, su interlocutor seguirá siendo el presidente. Las relaciones bilaterales se trazan entre el canciller y el presidente. En el parlamentarismo alemán, la jefatura del Estado la ejerce un presidente con funciones representativas. Por razones de protocolo, corresponde al presidente, actualmente Frank-Walter Steinmeier, recibir a otro jefe de Estado, pero las decisiones políticas competen al canciller.

Los amplísimos poderes que tiene Macron son mayores que los de un canciller federal. Pero, por encima de las diferencias entre el parlamentarismo alemán y el presidencialismo francés, las consultas intergubernamentales entre ambos socios europeos incluyen a los ministros de uno y otro país. En caso de un Gobierno de Jordan Bardella, el Ejecutivo de Berlín "cohabitaría" con la ultraderecha francesa.

Las relaciones con gobiernos ultras dejaron de ser tabú en Alemania cuando se trata de socios extranjeros. A la ultraderechista italiana Giorgia Meloni la recibe Scholz con total cordialidad. Con el Gobierno neerlandés, ahora bajo liderazgo de la extrema derecha, será aún más fácil, puesto que su primer ministro no es Geert Wilders, sino el tecnócrata Dick Schoof. En lista de espera está Austria, donde se pronostica una victoria de la extrema derecha en las parlamentarias del próximo septiembre.

Puntal del orden establecido europeo

Entre el robotizado Scholz y el efectista Macron no ha funcionado la química, pero ambos se han esforzado en disimularlo. El eje se apoya en la dinámica bilateral establecida desde tiempos de Konrad Adenauer y Charles de Gaulle. La perpetuaron sucesivos tándems, desde el cristianodemócrata Helmut Kohl y el socialista François Mitterrand al socialdemócrata Gerhard Schröder y el conservador Jacques Chirac. Su máxima expresión, por lo extensa, fue bajo Angela Merkel y sus cuatro presidentes --Chirac, Nicolas SarkozyFrançois Hollande y finalmente Macron--. Se consolidó así un eje entre dos países que de enemigos en guerra pasaron a aliados y que acuden a las cumbres en Bruselas con líneas consensuadas.

Cuesta imaginar que el eje pueda sostenerse con un Macron crepuscular y cohabitando con la ultraderecha. "Estamos seguros de que, independientemente de quién gane la segunda ronda electoral francesa, seguiremos adelante con nuestro trabajo con el presidente", insistió el canciller hace unos días, desde Varsovia. En esa línea se incluyó también su anfitrión, el primer ministro polaco, Donald Tusk, quien dijo confiar en el mantenimiento del Triángulo de Weimar, formado por Francia, Alemania y Polonia. El liberal Tusk regresó al poder en Varsovia tras ganar las elecciones de 2023 y puso fin así a ocho años de dominio del ultranacionalista partido Ley y Justicia (PiS). Su regreso fue saludado en Bruselas, en Berlín y en París como el fin de la pesadilla de la confrontación persistente marcada por ese periodo de liderazgo ultra en Varsovia.