Su padre se llamaba Pedro pero en el mundillo futbolístico de la capital tinerfeña se le conocía por su segundo nombre, Elisandro. Formaba con Pacheco, en el Unión de los años treinta, una de las mejores parejas defensivas del momento. Y fue en esa época cuando vio la luz Agustín Sánchez Quesada (Santa Cruz de Tenerife, 30 de agosto de 1931), quien de niño tuvo la oportunidad de contemplar cómo se las gastaba su padre en el campo de la Avenida, muy próximo a la residencia familiar, en el número 30 de la calle san Sebastián.

Pronto se vio que Agustín tenía madera de futbolista, aunque de perfil distinto al de su progenitor, muy duro y temperamental; en el caso del novel, asomaban condiciones de un lanzador tan cerebral como preciso. Así lo demostró en equipos como el Chamartín y el Volador, en la antesala del ingreso en el Unión, el conjunto de su barrio, El Cabo, donde jugó con 17 años de edad, con la misma camiseta que su padre.

Al lado de otras promesas como Ortega, Bethencourt, Mario y Servando, que de inmediato dieron el salto a la Península (los tres primeros al Santander y el cuarto, al Celta), así como de veteranos, como era el caso de su ídolo, Mendoza, de vuelta del Español, Agustín participó en la conquista de la Copa de Canarias, en 1948. Aquello le valió para firmar su primera ficha como jugador profesional, una ficha que ascendió a siete mil pesetas, además de una mensualidad de trescientas cincuenta pesetas.

Salto a Madrid.- No obstante, aunque en la época era dinero, Agustín compaginó la práctica deportiva con un empleo en Transportes de Tenerife, centrado en la cobertura de una línea de guagua en la zona Norte. No por mucho tiempo. En concreto, hasta que Arsenio Arocha, hermano menor del que fuera futbolista internacional con el Barcelona, entonces ojeador del Atlético de Madrid, lo viera jugar durante una escala en su Isla natal. Había venido a Canarias para fichar al palmero Miguel, que militaba en el Victoria, y acabó por llevarse a los dos.

Cuando estampó su firma en el contrato que le puso delante Cesáreo Galíndez, presidente del Atleti, el 1 de febrero de 1950, quienes ostentaban la titularidad en su puesto de interior, a la derecha y a la izquierda, eran Ben Barek y Carlsson. Integrantes de la "delantera de cristal" e idolatrados por la afición rojiblanca, que asistía a la conquista de la tercera Liga, de la mano de Helenio Herrera, ambos le cerraban el paso. Por más que hubiera mojado en su debut, en un amistoso frente a la Universidad católica de Chile, Agustín acabó por ser cedido al Real Oviedo.

No le pudo ir mejor en la capital asturiana, donde no sólo participó, en 1952, en el ascenso de los ovetenses a Primera, sino que también conoció a Asunción Oriosolo, con quien acabó casándose. Entre los artífices del campeonato obtenido figuraban otros dos futbolistas isleños, el citado Miguel y Durán.

Vuelta a la internacionalidad.- De regreso a la capital de España, junto a Miguel, va a coincidir con otros cuatro jugadores canarios: Montes, Mujica, Silva y Hernández, el popular "Lobito". Pero también con el declive de Ben Barek y Carlsson, metidos en la treintena y menguados por las lesiones, y del propio Helenio Herrera, que acabó siendo destituido en enero de 1953. Había llegado el momento del interior tinerfeño, que terminó por consolidarse en el once titular.

Especial recuerdo se guarda de la campaña 54-55, cuando integró otra delantera que aún hoy recitan los rojiblancos más veteranos: Miguel, Molina, Escudero, Agustín y Collar. Es el año de su convocatoria para disputar la Copa del Mediterráneo, con el equipo B de España. La presentación tiene lugar en el Bernabéu, frente a Grecia, el 13 de marzo de 1955, y el seleccionado nacional golea (7-1). A su lado se alinea quien ha sido su pareja en el ala izquierda del Atleti, el sevillano Enrique Collar.

Ocho meses después, el 10 de noviembre, le llega la segunda oportunidad de vestirse la "Roja", esta vez contra el conjunto B de Francia, que cae en el Bernabeu (3-1). Suyo fue el gol que deshizo el empate a uno, recordado a posteriori como el mejor de su carrera. "Estábamos empatados a uno -dijo- cuando Collar recibió un balón adelantado. Se fue veloz tras la pelota, la alcanzó y me la pasó a mí, retrasada y fuera del área. Según venía, la empalmé con fuerza y aunque el portero francés se tiró muy bien, no pudo alcanzarla".

Final de Copa.- El curso 55-56 tiene como brillante colofón el acceso a la final de la Copa, treinta años después de la anterior, que se disputa contra el Athlétic de Bilbao, flamante campeón de Liga. Es época de cambios en el Metropolitano, donde se trabaja en el resurgimiento del cuadro madrileño, pero el título se va a parar al País Vasco. Entre las novedades registradas en las filas colchoneras sobresale la incorporación de Joaquín Peiró, el "galgo", que enseguida se hace con la titularidad.

La renovación del equipo- Con la llegada de Fernando Daucik al banquillo se confirma la renovación del equipo, que en dos años le planta cara al Real Madrid y se juega con los merengues el título de Liga, en la penúltima jornada, el 27 de abril de 1958. Juegan Pazos: Verde, Herrera, Callejo; Chuzo, Rafa; Miguel, Agustín, Hollaus, Peiró y Collar. Pese a hacerse merecedores de la victoria, un gol de Rial conduce a la revalidación del campeonato madridista. Como el título continental fue también para el equipo del Bernabéu, la UEFA confirmó la primera participación del Atleti en la siguiente edición de la Copa de Europa, para lo que se reforzó con Vavá, campeón del mundo con Brasil, y Mendonça.

A las puertas de Europa.- A las puertas de Europa.- El estreno de Agustín en esta competición fue en Dublín, en dieciseisavos de final, frente al modesto Drumcondra, para participar luego en las eliminatorias con el CNDA Sofía y el Schalke 04, previas a la recordada semifinal con el Real Madrid, en la primavera de 1959. Aunque no jugó en el lance de ida (2-1), en el Bernabéu, sí lo hizo en el de vuelta, cuando un gol de Collar forzó la celebración de un tercer partido. También participó en éste, en La Romareda, donde definitivamente Puskas condujo al Madrid a la final de Glasgow, que supuso su cuarta conquista continental.

Aunque empezó a hacerse habitual la suplencia de Agustín en los arranques de temporada, el tinerfeño acaba siempre ganándose la titularidad. "Creo que si se me hace justicia volveré al equipo titular, como todos los años", señaló a modo de propósito antes del desenlace comentado. No obstante, al curso siguiente no se repetiría la secuencia y en 1960, con 119 partidos de Liga a sus espaldas, regresó a Oviedo, donde jugó otras tres temporadas en Primera.

Con 32 años, cuando había decidido dejar el fútbol, todavía fue convencido por Ramón Cobo para disputar un campeonato más, esta vez con el Rayo Vallecano, en Segunda. Fueron, en definitiva, sus últimos coletazos como profesional. En adelante jugaría algunos partidos con la selección castellana de veteranos hasta que sufrió una dolencia cardiaca y decidió abandonar del todo. Metido en negocios en la capital, se apartó del fútbol. Hoy en día, con 77 años de edad, reside en la localidad gaditana del Puerto de Santa María y vive para su familia. Con una de sus hijas residiendo en EEUU, no deja de viajar. El "cónsul" tinerfeño de los 50, como el "embajador" Molowny en Las Palmas, se mantiene en forma.