El partido que el presidente del Tenerife, Miguel Concepción, imaginó como el perfecto homenaje a una plantilla diseñada para regresar a Primera por la puerta grande -"me gustaría llegar a la última jornada y que nos hicieran el pasillo", dijo el 23 de julio- se ha transformado en un perfecto castigo: el equipo descendido a Segunda B desde hace tres jornadas y visitando a su eterno adversario, una UD Las Palmas con ganas de fiesta por haber cruzado a tiempo la meta de la permanencia y dispuesta a poner fin a una serie de diez clásicos sin poder ganar.

De entrada, toca tarde humillante para el Tenerife en el estadio amarillo. El partido se presta a que la afición local -irán muy pocos blanquiazules- asista con regocijo al hundimiento de su vecino. Lo normal por la rivalidad existente. Ahora bien, queda en manos de Amaral y de los jugadores que viajarán -y volverán hoy- a Gran Canaria evitar que este clásico sea recordado como el de la vergüenza absoluta del tinerfeñismo. Mucho mérito tendrá el equipo si lo consigue, ya que se presentará en Siete Palmas con solo diez jugadores del primer equipo, que no dejan dudas de su lealtad por dar la cara en un compromiso tan espinoso, y ocho del filial, algunos con experiencia en Segunda División A como Josmar, Moreno, Ayoze, Germán y Juan Ramón, y otros que podrían debutar hoy: Jesús, Abel y Bruno.

La llamativa acumulación de bajas por lesión deja al entrenador sin la posibilidad de alinear a once profesionales. Aquí se mezclan problemas de larga duración -Dani Kome, Melli...- con otros más recientes -Bertrán, Nino, Julio, Natalio...-. En algunos casos las sospechas son comprensibles. A esta lista se unen Bellvís, que está sancionado, y Aitor, el único descarte decidido por el entrenador.

En Las Palmas sucede todo lo contrario. Nadie quiere perderse el derby. La principal ausencia es la del argentino Mauro Quiroga, el autor del gol del empate amarillo en el clásico de la primera vuelta.