Pedro Carrasco (Huelva, 1943- Madrid, 2001) ha sido uno de los mejores boxeadores españoles de todos los tiempos. Cuando en enero de 1965, el cotizado "manager" italiano Umberto Branchini vino a Tenerife acompañando al argentino Valerio Núñez, que venía a enfrentarse, por tercera vez, a Sombrita, nos dijo: "En Italia hay un boxeador español que pronto será figura". Preguntamos su nombre y nos contestó que se llamaba Pedro Carrasco. Pocas veces falla la sabia sentencia.

Con el "molinillo" y el "bolo-punch".- Pedro Carrasco , en el ecuador de la década de los 60 del pasado siglo, soñaba con volver a su tierra y abandonar Italia. No tardaron en cumplirse sus deseos. En el verano de 1964, en Madrid, y cuando Pedro contaba sólo con veintitrés años y llevaba celebrados cuarenta combates, con una sola derrota, tuvimos la oportunidad de verle actuar, por primera vez, en dos inolvidables ocasiones: la primera frente al portugués Vita Alves y, la segunda, ante el marroquí Ben Amar. "¡ No lo tires todavía, que queremos ver espectáculo!"; "¡Es más rápido que Gento!"; "¡El molinillo, Pedro, el molinillo¡". Expresiones como éstas se oían, con mucha frecuencia, cuando actuaba aquel privilegiado del "ring", en el Palacio de los Deportes de Madrid, donde Carrasco entusiasmaba al público con el aludido "molinillo", una simple filigrana para la galería; o con el "bolo-punch", impacto que había popularizado aquella leyenda cubana llamada "Kid Gavilán".

El 30 de junio de 1967, y en el escenario descrito anteriormente, Pedro Carrasco se proclamó campeón de Europa de los pesos ligeros al derrotar por KO técnico en el octavo asalto al danés Boerge Krogh. Como titular continental, Pedro visitó Canarias junto a su popular "manager" Renzo Casadei. En Tenerife se enfrentó al portugués Eduardo Batista y, en Las Palmas, al francés Paul Rourre, a los que venció antes del límite. Revalidó su título de Europa ante el grancanario "Kid Tano", el trasalpino Bruno Melissano, el finlandés Olli Maeki y el noruego Tore Magnussen, en Madrid, Barcelona, Valencia y, de nuevo, en Barcelona, respectivamente.

Antes de su enfrentamiento con el tinerfeño Miguel Velázquez, Carrasco había disputado -y no hay que olvidarlo- setenta y cuatro combates, con una sola derrota, en Roma, ante el local Aldo Pravisani.

Olímpico y campeón castrense.- Miguel Velázquez, como amateur, había concurrido a la Olimpiada de Tokio (1964); fue campeón de España en Salamanca (1965), y un año más tarde, en Munich, se proclamó campeón del mundo de boxeo militar. Debutó como profesional, en Madrid, en 1966. Antes de su famosa contienda con Pedro Carrasco, Velázquez había celebrado treinta y tres combates -ninguna derrota-, de los que once los escenificó en su isla natal. De estas últimas actuaciones cabe destacar, por encima de todas ellas, la que sostuvo en la santacrucera plaza de toros ante el andaluz Yanclo II, en disputa del título de España de los pesos ligeros, donde el isleño, con su depurada técnica, habilidad y precisión, realizó una actuación que podemos calificar como perfecta. Aún nos parece escuchar la cerrada ovación que le brindó la concurrencia que abarrotaba el citado recinto taurino. Ante sus paisanos, Velázquez conquistaba la simbólica corona nacional, que luego revalidó ante Serrano II, en Salamanca; frente a Tomás Castuera, en Palma de Mallorca; con Manuel Artiles, de nuevo en Salamanca; con Manuel Carvajal, en Sevilla; y frente a Cayetano Ojeda Herrera "Kid Tano", en Tenerife.

El cuarteto canario de "Pampito" Rodríguez.- Ya que hemos mencionado a "Kid Tano", recordar que Velázquez, junto a éste, y otros dos púgiles grancanarios, Cesáreo Barrera y Carmelo "García" Gancho, estaban, en Madrid, bajo la tutela del extraordinario preparador argentino, José Buenaventura "Pampito" Rodríguez, que consiguió, con su proverbial sapiencia, que dicho cuarteto disputara títulos de Europa, lo que en aquella época era meta muy difícil de obtener. Sólo Velázquez conseguiría tal galardón.

Y vino el combate más esperado. La fecha: 13 de junio de 1969. Escenario: Palacio de Deportes de Madrid. Miguel tenía veinticuatro años y Carrasco uno más. Era la primera vez que el tinerfeño disputaba un título de Europa. Estaba, como hemos dicho, imbatido. Carrasco iba a intentar retener su corona por quinta vez.

El combate por televisión.- El estanque vertical de la televisión nos proporcionó las imágenes del combate que un púgil de la categoría y experiencia de Fred Galiana -difícil de impresionar- calificó de inolvidable: Carrasco-Velázquez.

Al finalizar la proyección pensamos que si el onubense hubiese disputado media docena de combates de estas características no le hubieran llamado para interpretar, junto a Sonia Bruno, "El marino de los puños de oro". Y es que Carrasco siempre había llamado la atención por su crédito facial, increíble en un pugilista con casi ochenta combates profesionales en su brillante historial: ni una huella, ni un rasguño; ausencia total de esas "líneas blancas", campo propicio para los cirujanos plásticos. Su única huella, profunda y dramática, se la produjo, en su brazo derecho, un ascensor…

En la orilla del abismo.-Velázquez sería el encargado de ubicarle milimétricamente, con pasmosa pericia, los impactos que no habían podido proyectarle de forma eficaz sus antiguos rivales. Carrasco, frente al tinerfeño, encajó más golpes que en toda su carrera profesional. Obviamente, el campeón tuvo enfrente al más sobresaliente adversario de su vida. Es una opinión muy particular. Es criterio gestado al observar, con evidente asombro, el noveno asalto, donde los rectos de izquierda del aspirante oficial se clavaban como picotazos, como zarpazos, en el rostro del líder continental. Era una lluvia de efectividad, de inigualable destreza; un derroche de talento , de arrojo y osadía, porque todo se hacía bordeando el peligro, en la orilla del abismo que constituían los trallazos del onubense.

Fue un combate de libro; un compendio para el recuerdo; de los que dejan profunda huella en el aficionado. Allí estaba Carrasco, de persuasiva iniciativa; imperturbable ante los golpes antagónicos; siempre erguido; sin descomponer su personalidad, su línea de combate, a pesar de su pertinaz hemorragia nasal. Allí estaba Carrasco, un paradigma de la preparación física y, enfrente, su aspirante oficial, el tinerfeño Velázquez, intrépido y audaz; dispuesto a no perdonar el más mínimo fallo de su encumbrado rival, que, como látigo, esgrimía una intranquilizadora izquierda, con giros de serpiente ante sones de flauta.

Carrasco, hay que reconocerlo, fue el púgil sólido, siempre seguro de sí mismo, vanguardista cien por cien, aguerrido hasta la exageración; un campeón con ilusión de aspirante, que desde el toque inicial de campana, se lanzó al ataque no para conservar su título sino para pulverizar al rival de turno.

Más cerebro que corazón.-Velázquez nos produjo una gratísima impresión. Ya sabíamos de su técnica, de su aptitud, de su audacia pugilística, pero no sabíamos con certeza lo que podía hacer ante un hombre de la acrisolada categoría de Pedro Carrasco. Por eso, de antemano, le dábamos perdedor. Pero Velázquez tuteó a su rival; le alcanzó como nadie lo había hecho hasta la fecha; se permitió el lujo de dominar, limpia y claramente, en algunos asaltos; y cuando sus superciliares le traicionaron mantuvo gallardía, entereza y coraje sobre el "ring", soportando con encomiable espíritu de sacrificio aquella, para él, desconocida distancia de quince "rounds". Y los soportó con esa virtud que siempre acompaña a los grandes héroes del cuadrilátero: valentía. Pero una valentía muy peculiar, distinta; una valentía conducida más por el cerebro que por el corazón, de la que la afición y, sobre todo, Carrasco, iba a guardar un imborrable recuerdo.La grandeza y crueldad.- Para tal combate, tal árbitro, el catalán Fernando Perotti, el mejor del momento. Fue el director-juez único de la contienda, por imposición, seguramente, de Vicente Gil García, a la sazón presidente de la Federación Europea de Boxeo y, por cierto, médico particular del general Franco. Fue una lucha disputada dentro de los límites de la más absoluta corrección; una lid valiosamente espectacular de agresividad y con violencia de índice sobrecogedor, desarrollada en quince asaltos de dureza implacable. El Carraco-Velázquez pasará a la antología de los grandes duelos pugilísticos; allí se concitó toda la grandeza y toda la crueldad que encierra, que lleva dentro, el boxeo, donde el público, casi siempre de pie, en sus respectivas butacas, nunca se cansó de aplaudir aquellas escenas entre dos españoles de probada bravura.

El árbitro dio la victoria al campeón… ¡por sólo un punto de ventaja! En efecto, Carrasco ganó, pero también Velázquez salió del ensogado a hombros.

Cada uno por su camino.- Tras aquel durísimo e inolvidable combate, se especuló que había sido un enfrentamiento fratricida, innecesario, evitable para que cada uno siguiera su camino. Lo cierto es que más tarde, Miguel Velázquez se proclamó campeón de Europa y del mundo; y Carrasco, a raíz de abandonar, invicto, su diadema continental, disputó tres veces el título universal ante el norteamericano Mando Ramos, ganándole en una ocasión.