Una fuente brota en mitad del patio y se escucha el borboteo del agua. El convento de Las Catalinas, seguramente como todos los monasterios, va a otro ritmo. Se ubica en pleno casco histórico de La Laguna y luce renovado tras las obras realizadas durante años, cuya finalización fue presentada la pasada semana. Desde entonces, y hasta el día 10 (de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 19:00 horas), las puertas del antiguo noviciado -donde se ha centrado el último tramo de los trabajos- se encuentran abiertas al público.

Al entrar, la primera impresión es la de un conjunto que resulta conocido. La piedra, la tea, el blanco de las paredes... Guarda cierto parecido con la Casa Salazar, sede del Obispado de Tenerife, después de la restauración que siguió al incendio de enero de 2006. En torno al patio central se articulan los tres módulos del edificio, que está dividido a su vez en numerosas salas todavía vacías. Según indicó la superiora del convento en el acto celebrado días atrás, está previsto que estas sean dotadas de contenido museístico "en un plazo prudencial".

Nada tiene que ver la vieja-nueva instalación con la que este periódico se encontró en enero del pasado año. Por entonces, su división en tres era aun más evidente: una de ellas, rehabilitada; otra, a mitad, y la tercera, cayéndose a pedazos, con las ventanas repintadas de violeta, las paredes en aparente mal estado y las tejas rotas. Un desastre.

Unos jardines y un pequeño oratorio en medio del patio completan lo que se puede descubrir en esta zona del monasterio, que no es la única que ha sido remozada. Las actuaciones fueron globales y para verlas terminadas desde que se entendió que eran necesarias han tenido que transcurrir más de 20 años. Y en lo económico se han necesitado alrededor de dos millones de euros, según las cifras aportadas por el arquitecto responsable, Sebastián Matías.

La intervención incluyó obras de reparación del pavimento, labores de carpintería, reconstrucción de aleros, limpieza de los elementos de madera y pintura y mejoras en la accesibilidad del edificio, entre otras acciones, precisaron desde el Obispado. Se une a lo anterior la reconstrucción de elementos desaparecidos (galerías de los costados sur y oeste) y la rehabilitación del resto con la intención de liberar el máximo espacio posible para su utilización como sala de exposición.

Todo ello en torno a un convento que inició su actividad durante el siglo XVII y que acogió en sus comienzos a un centenar de monjas. Más allá de sus orígenes e historia, buena parte de su popularidad actual se debe a que allí reposa el cuerpo incorrupto de Sor María de Jesús, conocida como la Siervita, que es visitada cada año por miles de personas.