Opinión
Incomprensible
Acaso hay niños muriendo de hambre en muchas partes del mundo, acaso la sílaba de maldad que habita en lo humano sea mucho más que una sílaba, quizá no toda la palabra, pero casi toda, sí, casi toda. Acaso escribir de esto parezca oportunista, pero la columna de prensa tuvo siempre hago de oportunista, porque necesariamente tiene que agarrar la actualidad por el hilo, por los pelos, y tirar de ella en ese preciso momento, porque mañana habrá un periódico nuevo y una portada nueva y otras vidas, otras sangres derramadas.
Pero hoy esta columna está todavía impregnada de la mirada de ese niño que murió de hambre en Gaza, ese crío de doce años que miraba a la cámara antes de fallecer, solo unos minutos después. Ese niño que miraba sin comprender, como no comprendemos los demás. ¿Cómo comprender que los israelíes de hoy hagan a los gazatíes lo que los nazis hicieron a sus abuelos? ¿Cómo no dudar de la Humanidad, de una vez y para siempre, cuando ves a un niño morir de hambre y nadie hace nada por impedirlo?
Una vez, sobre los veinte años, cansado ya de no entender el mundo, se me ocurrió que, tal vez, no lo entendía por ser demasiado joven. Y pensé que a lo mejor podía encontrar un poco de luz en las obras de los grandes sabios, pero especialmente en las últimas, las que escribieron siendo ya viejos, después de haber visto mucho y aprendido mucho. El chasco fue monumental. Me encontré un universo de preguntas, de dudas, y apenas unas leves, mínimas certezas. Entonces supe que el mundo es, definitivamente, incomprensible.
Ahora que tengo la barba cana, que tengo mucho más pasado que futuro, he recordado ese momento de mis veinte años y se me ha venido encima, de pronto, esa única, dolorosa certeza. Hemos visto morir a ese niño en imágenes de televisión, probablemente a la hora del almuerzo, y acaso las entrañas nos han alcanzado para cambiar de canal, nada más que para cambiar de canal.
Se nos prometen tiempos peores. Lo que sucede en Gaza sucede en otros lugares, en los patios traseros de nuestras vidas. Es muy posible que mientras escribo otros niños estén muriendo de hambre, y la certeza de que estas palabras no sirvan de nada produce un insondable vacío. Pero es que no hay otras armas, no encuentran mis manos más herramientas, porque lo que soy está aquí, en lo que escribo, en lo que digo mirándome al espejo del papel en blanco.
Sí, acaso hay niños muriendo de hambre en muchas partes del mundo, pero al parecer no son suficientes para que dejemos de mirar sin ver y digamos «basta» de una vez.
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