Opinión | EL RECORTE

Así va el juego

Los del PNV, los que recogían las nueces mientras otros sacudían el árbol con plomo, nunca renunciaron al sueño de la independencia: solo lo habían postergado a la espera de tiempos mejores. O sea, estos

El candidato del PNV a Lehendakari, Imanol Pradales

El candidato del PNV a Lehendakari, Imanol Pradales / Iñaki Berasaluce - Europa Press

Los resultados de las elecciones en el País Vasco son otro clavo en el ataúd de la moribunda Constitución del 78. La gran obra de la Transición hace aguas por el Cantábrico y el Mediterráneo. La «anomalía» vasca –un Estado fiscal propio incrustado dentro del Estado de las Autonomías– ha dado un salto cuantitativo: siete de cada diez votantes han elegido el soberanismo. Los del PNV, los que recogían las nueces mientras otros sacudían el árbol con plomo, nunca renunciaron al sueño de la independencia: solo lo habían postergado a la espera de tiempos mejores. O sea, estos.

El asunto no está en hacer la cuenta de la pata de la migración entre los votantes residuales de la izquierda o la derecha, el reparto de los restos del naufragio entre los socialistas y los populares. La estruendosa evidencia es que el proceso de centrifugado, puesto en marcha por la hégira de Pedro Sánchez a la Moncloa, está despiezando la ficción de modelo de Estado que ya solo se mantiene en el imperio de unas leyes con plazo de caducidad.

El que no se consuela es porque no quiere. Para el socialismo monclovita, que no es exactamente el de todos los socialistas españoles –ni siquiera de los del PSOE– ser la llave para darle el Gobierno vasco a los del PNV constituye una garantía de que, da ut des, seguirán contando con la derecha vasca para apoyar su mayoría en el Congreso de los Diputados. Pero ese hecho no puede ocultar, ni siquiera para ellos, que PNV y Bildu tienen la suficiente mayoría para implantar una hoja de ruta que acelere la independencia virtual de Euskadi por la puerta de atrás. O sea, una reforma constitucional sin reforma de la ya descascarillada Constitución, que es el modelo que inauguró el inolvidable Zapatero cuando le dijo a los catalanes: hagan ustedes el Estatuto que les salga de sus partes, porque no se cambiará ni una coma. Y de aquellas lluvias, estos Waterloos.

Cerrado el capítulo vasco, con el servicio de dar la mayoría al PNV para atar su fidelidad –a Bildu se le pagará con otras cosas más pedestres, como la generosidad del Estado con los etarras sin arrepentir– se abre ahora el de Cataluña, donde el socialismo no tiene un papel electoral residual, sino protagonista. El Partido Socialista de Cataluña es, probablemente, el más federalista del Estado. Lo ha sido siempre. Por eso ha soportado mejor la confrontación con el independentismo de Junts, ERC y las CUP. Pero es un magro consuelo que el dique de defensa contra el soberanismo sea un mensaje excesivamente parecido al soberanista. La próxima estación de paso de Cataluña consiste en alcanzar el pacto fiscal que ya tienen los vascos, un argumento que ya compran incluso hasta en Madrid. Es el último hueso que le pueden tirar a las fauces del mitológico animal sentimental de los pueblos que quieren ser libres. Después de eso… la nada.

Si el bloque independentista conforma una mayoría suficiente en Cataluña, la grieta del modelo de Estado gestado en la transición se hará más profunda e insondable. No es en las elecciones europeas donde se juega la partida, por mucho que lo crean los del PP y el PSOE. Se juega antes. Y por cierto, ya está perdida.

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