Opinión | Retiro lo escrito

El puto amo

Archivo - El presidente del Gobierno y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez, antes de un debate electoral en RTVE

Archivo - El presidente del Gobierno y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez, antes de un debate electoral en RTVE / Eduardo Parra - Europa Press - Archivo

Fue una de las expresiones más bienaventuradas de los últimos cinco días y la profirió –lo que no es asombroso– el ministro Óscar Puente: «Es el puto amo». Ese es el nivel. Estoy seguro de que será disculpado. Se disculpa automáticamente todo, por ejemplo, que ayer al mediodía Pedro Sánchez no ofreciera una rueda de prensa o tomara la palabra en el Congreso de los Diputados, sino que enfatizara una declaración en solitario en la puerta del Palacio de La Moncloa. Su hogar, su doloroso hogar. Pero, ¿acaso eso es lo importante? Horas después, caída ya la tarde, Sánchez se dirigió a TVE para hacerse a sí mismo varias preguntas por persona interpuesta. ¿Algo que criticar? ¿Es eso trascendental acaso? El presidente está más allá de la crítica porque se ha propuesto un objetivo político excepcionalmente relevante que pone cachondos a nachoescolares y angelsbarcelonas: regenerar la democracia. Ya era hora, eh, de regenerar la puta democracia, después de tanto tiempo ahí al aire, pudriéndose. Si se le señala que Sánchez lleva cerca de seis años ya en el poder, por lo que por acción u omisión alguna responsabilidad debe tener en esa democracia averiada y cochambrosa, vuelven a enarcar las cejas. Eso no es lo importante. Lo importante es lo que va a hacer. Claro que el presidente se caracteriza a menudo por hacer lo contrario de lo que dice. No digo yo, dios me perdone, que lo haga con mala intención, pero lo hace. Un día te dice que la amnistía no cabe en la Constitución y una semana después te subraya lo contrario. Con estos antecedentes, si te asegura que va a emprender una regeneración democrática, te temes lo peor. Temes incluso –por costumbre quizás– lo contrario. Debe ser que no soy verdaderamente demócrata, que no tengo empatía emocional, que el odio no me deja distinguir la obvia superioridad moral de la izquierda sobre la derecha, que el escepticismo acanallado me ha desgarrado el alma. Seguro que es así.

En una consideración lateral incluida en La era del capitalismo de la vigilancia se hace una observación interesante: todos los gobiernos europeos y norteamericanos de los últimos veinte años perciben que han sido más y peor criticados que todos sus antecesores. En parte es cierto. Sabemos más de la praxis de los gobiernos ahora que hace medio siglo. Conocemos mejor cómo y con qué se hacen las salchichas. Pero también contribuyen a la percepción, en el contexto de una polarización creciente, las posibilidades de internet –para difundir un bulo o crear miles de digitales– y la expansión delirante de las redes sociales. La densidad semántica y el ruido informativo crecen exponencialmente día a día. Sin embargo, Sánchez no puede presumir de ser el presidente peor tratado por los medios de comunicación. Sus conmilitones olvidan la furibunda lapidación que sufrieron Suárez y Felipe González durante años y, apenas un peldaño más abajo, Aznar, Rajoy y Rodríguez Zapatero. El presidente ha tomado decisiones que apestan a oportunismo político irrespirable como lograr su segunda investidura pactando con fuerzas independentistas que quieren demoler la Constitución. Negociando una amnistía a la carta con un prófugo de la justicia. Legislando por decreto y cooptando importantes instituciones del Estado. Es asombroso que simule ahora su pesarosa indignación por el rechazo, la crítica y la desconfianza que más de medio país le profesa. En julio de 2023 solo consiguió 121 diputados. Mes y medio antes, en las autonómicas y locales, había perdido casi el 75% de su poder local y solo conservaban tres comunidades autonómicas: Castilla La Mancha, Asturias y Navarra. Esa es la durísima realidad del PSOE y por eso Sánchez no solo necesita a los independentistas: también le urgen perfomances, resurrecciones, juegos del espíritu, denuncias, alertas, martirologios y amalgamar unanimidades alrededor de su figura.

Habrá que ver ese plan (sic) de regeneración democrática. Para calibrar su rigor y coherencia resultan imprescindibles tres pasos: que se presente a las Cortes, que se tramite a través de leyes y que el partido al que ofrezca prioritariamente un pacto para sacarlo adelante sea el PP. La fuerza política más votada en España hace menos de un año.

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