Opinión | Canarismos

Cuando los animales hablaban

Los delfines son animales muy inteligentes

Los delfines son animales muy inteligentes / Agencias

Esta expresión fabulada se emplea en el español de Canarias para referirse a un tiempo remoto, lo que no es más que un modo exagerado de definir la cronología de algo o señalar un acontecimiento que sucedió hace mucho mucho tiempo o una costumbre que viene de antiguo.

¿Pero cuándo hablaban los animales? La expresión idiomática presupone un tiempo en el que los animales estaban dotados del don de la palabra, pero se trata de algo tan lejano que no existe memoria viva de ello. Esto no parece referirse a las voces animales, sino al hablar humano. Las «voces de los animales» son los sonidos que emiten (onomatopeyas para nosotros, modos de comunicarse para ellos) expresando de manera elemental estados y situaciones ordinarias como miedo, dolor, hambre, reclamos o lamentos. Como el «berrido» o mugido de las vacas, el gruñido del cochino, el «cloquido» o cacareo de la gallina clueca, el «cacaraquear» del gallo, el «japido» del perro o el maullido o ronroneo de un gato. Para localizar el origen de esta metáfora zoológica habría que remitirse a Esopo, un escritor de la antigua Grecia muy popular en su época y autor de un buen número de fábulas [narraciones en las que sus protagonistas son animales que hablan como los seres humanos, se plantean situaciones o conflictos de la vida cotidiana y que concluyen con una sentencia o moraleja, recurso pedagógico esencial en las fábulas]. Pero esta tendencia a humanizar a los animales a través de la palabra es aún más antigua. Para encontrar los antecedentes más remotos habría que retroceder a tiempos antediluvianos, propiamente dichos. La Biblia nos presenta una referencia clara a animales con capacidad de hablar y entenderse con los hombres. Es el caso de la serpiente parlanchina del jardín del Edén (Génesis 3,1-24) que dotada de una dialéctica bastante persuasiva hizo cambiar de opinión a la buena de Eva para que probase y, a su vez, hiciera probar a Adán el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Después de este célebre episodio que relata el libro del Génesis —de tiempos antediluvianos, según la cronología bíblica— la Escritura nos cuenta la historia —esta vez posdiluviana— de una burra que habla con su dueño, la burra de Balaam (Números 22,21-23). La narración discurre en medio de una trama de intrigas en el contexto de la conquista militar de Moab y en la que Balaam —que así se llamaba el sujeto—no se sorprende lo más mínimo cuando su burra, de repente y con total desparpajo, se pone a hablar con él pidiéndole explicaciones por el mal trato de que había sido objeto. Todavía el libro primero de los Reyes (17,1-7) nos refiere otro capítulo de interacción peculiar entre hombres y animales: lo que se cuenta del profeta Elías que, siendo perseguido, buscó refugio en el arroyo de Queret, al este del Jordán. Durante el tiempo que el profeta permaneció escondido en este lugar «los cuervos le llevaban comida» hasta dos veces al día. Aunque la Biblia no dice que los cuervos hablaran con Elías, y vista la habilidad que muestran estas aves en imitar la voz humana, no hay que excluir que alguna que otra tarde «se pusieran a alegar» con el profeta.

Pero el origen más próximo de esta expresión se localiza seguramente en una fórmula tradicional de iniciar a contar una historia o narración oral a la que se recurre en ocasiones haciendo referencia a un pasado remoto e inmemorial: «Hace mucho tiempo, cuando el mundo todavía estaba formándose y los animales aún hablaban...» o «en el tiempo en que los animales hablaban» (comunes en castellano y otras lenguas); y que de manera simplificada ha adquirido carta de naturaleza en el español de Canarias como expresión idiomática («cuando los animales hablaban») para referirse hiperbólicamente a algo sucedido en tiempo muy antiguo, con valor similar a esta otra expresión que dice: «cuando Dios andaba por el mudo».