Opinión | Canarismos

El ojo de Dios no duerme

El ojo de Dios no duerme

El ojo de Dios no duerme / El Día

Si el anonimato es una característica habitual en lo que se refiere al origen de los dichos que en muchos casos se gestan por la intuición y el ingenio popular, también son reflejo de las propias creencias de la sociedad que los construye. Creencias que abarcan distintos ámbitos culturales y, entre ellos, la religiosidad. En una comunidad hablante como la nuestra circunscrita en la tradición judeocristiana se hace difícil sustraerse a tal influencia religiosa. Así se explica por qué buena parte del repertorio fraseológico del refranero popular canario incluye expresiones que hacen referencia a Dios, a la virgen y a los santos de la tradición cristiana. Ello es la prueba más evidente de que esta influencia imprime una impronta ideológica que, aunque a veces, poco o nada tiene que ver con el adoctrinamiento programado, sin embargo, la fuerza de la costumbre hace que se repitan una serie de mensajes en forma de máximas, proverbios, aforismos o frases hechas que aleccionan subliminalmente a los destinatarios. En este sentido, resulta paradigmático este decir que se enuncia de manera sencilla: «El ojo de Dios no duerme». Una suerte de tropo o metonimia que identifica «los ojos» con la acción de dormir, cuando en realidad se trata de un efecto («cerrar los ojos»), instinto reflejo que trae causa en el sueño. El enunciado negativo («no duerme») induce a una conclusión que tiene que ver con los atributos que del Todopoderoso se predican (omnisciencia, omnipresencia, omnipotencia), poderes que, según la teología (constructo ideológico que da soporte a las religiones monoteístas), son de todos conocidos. La deducción significante que se extrae —según estos parámetros— es que quien ha hecho un mal, tarde o temprano lo terminará pagando. Este es el sentido de esta frase a la que se recurre generalmente en tono admonitorio o de advertencia (o se sentencia casi de modo amenazante) frente a quien está actuando con malicia o ha hecho algún mal. Implícitamente se apela a una especie de justicia kármica que como una rueda gira inexorable proporcionando a cada cual lo que se merece y que en el terreno de la justicia humana (no divina) tendría su parangón en el principio retributivo (del castigo) que, despojado de toda sacralidad, forma parte del ideario colectivo a través de expresiones populares del tipo: «el que la hace, la paga». En realidad, la máxima se refiere al «ojo de Dios» (en singular), el «ojo divino» no puede ser otro más que el «ojo frontal» o «tercer ojo», que es representado universalmente en el interior de un triángulo. Y que, según la doctrina simbólica, «simboliza la penetración en todo, la omnipresencia, la imposibilidad de estar fuera de su campo de acción y de visión». Lo que nos transmite la sensación de «sentir en el totizo» la mirada indiscreta, novelera, y tener que estar atentos a «no echarnos fuera del plato». Lo que en versión contemporánea nos lleva a asociarlo, casi por automatismo, con la presencia «del ojo que todo lo ve», una especie de Gran Hermano en el marco de una «sociedad panóptica» al más puro estilo orwelliano. Así que, por si acaso, «abra el ojo y esparrame la vista».