Opinión

Montero, Iglesias y los energúmenos

Irene Montero, este fin de semana en un acto de campaña.

Irene Montero, este fin de semana en un acto de campaña. / Jesús Hellín

Me he quedado enganchada a un vídeo de este lunes. Sale en un primerísimo plano un hombre de mediana edad gritando insultos a Pablo Iglesias con una verja de por medio. El exvicepresidente del Gobierno de España y su pareja, exministra del mismo Gobierno de coalición, acudían al juicio contra una persona a la que denunciaron por acosarles durante meses en las inmediaciones de su vivienda, un escrache prolongado en el tiempo, sistemático, multitudinario y organizado contra una familia con tres niños muy pequeños. Irene Montero, candidata de Podemos a las elecciones del próximo 9 de junio, ha tenido que interrumpir la campaña de las europeas para acudir al juzgado. Mientras sus compañeras siguen tranquilamente con su agenda de entrevistas insulsas y mítines magros, ella revivió ante un tribunal el infierno familiar sufrido. Un ejemplo: tuvieron que alterar el régimen de sueño de sus bebés para evitarles la violencia verbal que llegaba desde la calle, procedente de un energúmeno ultra megáfono en mano. Dos políticos, representantes de millones de compatriotas que les votaron, pasando miedo y aguantando mecha en su hogar porque la izquierda no siempre merece el debido respeto. El tipo del vídeo de esta semana, rostro sanguino con los ojos desorbitados y una especie de frialdad aterradora, se desgañitaba: «Asqueroso», «vallecano de mierda», «vendeobreros», «miserable». Me pregunto de dónde sale todo ese odio y si yo podría convivir con él durante tanto tiempo como Iglesias y Montero. Lejos de achantarse, salieron a mirar de frente al energúmeno, otro más para su nómina particular. No pasó nada, no intervinieron las fuerzas del orden para aislar el grotesco espectáculo. Por mucho menos se ha encarcelado a raperos y se ha multado a humoristas en esta democracia. Las reacciones de los otros partidos, entre tibias o rozando la complacencia.

La España que madruga. Puede que el exaltado del lunes pusiera despertador para que no se le pasara la hora de hostigar, acechar, amenazar a los de Podemos. Su trabajo del día. Igual desayunó fuerte por si la cosa se retrasaba, no quedarse sin energía para injuriar, asediar, increpar. Y luego cogió el metro para pillar sitio en primera fila. Gente de orden, de extrema derecha, dedicados a desplegar la mayor agresividad contra el prójimo en sus antípodas ideológicas. A las siglas que dan cobijo en toda Europa a este tipo de personajes siniestros, por aquí Vox, no solo no se les aísla, sino que se les admite como socios de gobierno cuando no salen los números. Hay un buen debate estos días con candidatos mediocres haciendo la prueba del algodón a Giorgia Meloni para ver si pasa como «no tan ultra como pueda parecer». Pero lo es. Hace unos días, la Cadena Ser entrevistaba a Miquel Herraiz, ujier del Congreso de los Diputados que se ha jubilado después de 34 años de trabajo. Entre los momentos desagradables de su vida laboral, relató el día que paró los pies a un periodista que pretendía acceder a la guardería de la Cámara para acercarse a los hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero. No sé quién era el energúmeno, a qué se dedicaba o de dónde cobraba su nómina, pero me niego a llamarle compañero. Ni ese es periodista, ni los neofascistas pueden convertirse nunca en aliados aceptables para hacer política.