Opinión
No soy tan tonto como parezco
A menudo me caigo dentro de la gente. Hoy, por ejemplo, iba en el autobús y me llamó la atención una señora de mediana edad, bien arreglada, con los labios pintados de un rojo pálido, a juego con el esmalte de las uñas. Tenía cara de preocupación y hacía un gesto como de morderse por dentro el labio inferior. Yo me lo muerdo también hasta arrancarme un trozo de la mucosa que después me trago. Creo que soy un poco autocaníbal. Pues bien, me fijé con intensidad, aunque con discreción, en la señora y de súbito me caí dentro de ella.
Entiéndanme: lo de “me caí dentro de ella” es una expresión retórica. No es que me precipitara en su interior de un modo literal, sino que jugué a ello, jugué a que me ocurría. Entonces, empecé a ver el mundo desde sus ojos. Como la mujer tenía la mirada perdida, no se fijaba en nada concreto. Veía el mundo desenfocado, y así es como lo veía yo desde las entrañas de su cuerpo. Iba de pie, asida a la barra con su mano derecha, y completamente ensimismada. Advertí enseguida que estaba preocupada por uno de sus hijos: quizá no estudiaba bastante o mostraba problemas para socializar con sus compañeros. Entonces, soltó un suspiro apenas perceptible, que me trajo a la memoria aquellos versos de T.S. Elliot: “Así termina el mundo, no como una explosión, sino como un quejido”. El mundo de la mujer acababa de terminarse de este modo, con un quejido que en parte era mío, puesto que viajaba dentro de ella.
Tras el mortal quejido, volvió en sí y se dio cuenta de que iba dentro del autobús (no se dio cuenta, en cambio, de que yo iba dentro de ella). Enfocó la mirada, observó lo que había a su alrededor y la detuvo en mí. Me estudió (también yo me estudié desde sus ojos) y le di cierta pena, como su hijo. En ese instante advertí que la señora era una especie de reencarnación de mi madre, por lo que empecé a susurrarle unas palabras tranquilizadoras. Le dije: “No te preocupes, mamá, saldré adelante, no soy tan tonto como parezco, a veces me lo hago para conseguir cosas”.
La señora pareció tranquilizarse y dejó de morderse el labio. Se bajó en la siguiente parada, a la vez que yo salía de su cuerpo y regresaba al mío. Todo en orden.
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