Opinión

La epopeya de Auxerre

Dertycia busca el balón para rematar de cabeza ante un defensor del Auxerre

Dertycia busca el balón para rematar de cabeza ante un defensor del Auxerre / E.D.

Todavía recuerdo las gradas del Stade Abbé-Deschamps, un estadio de fútbol ubicado en la ciudad francesa de Auxerre, en Borgoña-Franco Condado. Eran tablas de madera que se movían con el mismo ritmo que el antiguo graderío de herradura. Éramos cerca de 100 aficionados que nos habíamos desplazado para ver el primer partido del Tenerife en la UEFA, porque una efeméride como eso había que vivirla desde dentro. Los nervios y la pasión aplacaban aquella ventolera helada que te crujía los huesos. El nefasto árbitro David Elleray había expulsado a César Gómez, Agustín estaba lesionado y Pier tuvo que defender la portería blanquiazul durante 12 minutos eternos, realmente interminables. Fue ahí donde se confirmó la epopeya, la resistencia de Auxerre, la gloria de un equipo que nos enseñó sin esperarlo un fútbol galáctico en una isla perdida en el Atlántico. A la salida, el expresidente Javier Pérez, Pinilla y Pier se acercaron para darnos las gracias por un desplazamiento caro y poco frecuente, porque era la época en la que los jugadores te miraban a la cara sin los bolsos de Louis Vuitton. Durante los años 90, el CD Tenerife no era solo un equipo de la liga, era un huracán que arrasaba todo a su paso. Tuve la oportunidad de ver en el Heliodoro al Milán de Papin, al Barcelona de Ronaldo y Messi, a la Juventus de Baggio o al Nápoles de Nesta. Aquí es donde emerge la figura del mejor jugador que ha pasado por la isla: Fernando Carlos Redondo, el arquitecto de un Tenerife sublime. Su elegancia en el campo, su visión de juego y su inteligencia táctica lo convirtieron en una figura casi mítica, un verdadero maestro del balón. En la memoria colectiva de los aficionados, Redondo sigue siendo ese faro de talento y grandeza, una leyenda que siempre será parte de la gloriosa historia del CD Tenerife. Pero como toda epopeya, el camino del héroe está lleno de desafíos, y las alas de cera que habían llevado al CD Tenerife a la cima de los dioses comenzaron a derretirse. De la epopeya de Auxerre a jugarnos la decencia en campos de 3.000 personas, con la caída a los infiernos de segunda división y segunda división b. Ahora, son ilusiones que a medio camino se desvanecen, con entrenadores mediocres, accionistas irreverentes y una dirección deportiva que toma decisiones insostenibles. Y siempre es lo mismo, es la vuelta al bucle: empieza la ilusión y luego el conformismo. Y así llevamos décadas abonados a una categoría aburrida y complicada. Y qué decir de la campaña de abonos, de los fichajes para la temporada que viene. Pues lo mismo, pasotismo, conformismo y la esperanza de que este sea, de una vez por todas, el esperado año del ascenso. La travesía del CD Tenerife continúa, con sus fieles seguidores al timón, soñando con un regreso a la élite, con nuevas páginas de gloria por escribir. Porque en el fútbol, como en la vida, las caídas son solo un capítulo más de una historia que aún tiene mucho por contar. Eso es lo que nos queda, aferrarnos a la metáfora de la esperanza, porque cada vez son menos los recursos disponibles en un equipo que no se reconoce.

@luisfeblesc