La apuesta era excesivamente arriesgada. Demasiadas horas, entremezclar grupos de estilos diversos, ajustar un escenario único para exigencias varias... El resultado: un enorme espectáculo. El cronista al llegar lo imaginó más atorrollado, falto de frescura, pero se equivocó. Sí, salió genial. Ahora bien, el Love Music Festival tiene, para qué engañarse, poco que ver con la tolerancia y la lucha del colectivo LGTBI. Es música sin mensajes relacionados con la persona que uno desee amar, sentir o tocar.

Sweet California abrió el concierto. Estaba previsto para las siete, pero comenzó a las ocho. En el recinto no había 1.000 personas. Quizás 500. La mayoría eran niños y adolescentes. Su público. Probaron el sonido y se quejaron: "Esto es una p... mierda". Tampoco estuvieron de acuerdo con el escenario, al que le faltaba "una plataforma" para mostrar todas las supuestas cualidades del grupo. Lo que se dice ser diva desde la cuna. Metieron ritmo, bailes, algún gallo. Su gente se fue contenta.

Luego llegó Morat. El concierto subió tres pisos. Estos no protestan por nada. Agarran las guitarras, la batería y a cantar. El pop típico, de toda la vida, que engancha. Hablar de amor (también hetero) sigue llegando al corazón. Cuando iban por "Cómo te atreves", "Cuánto me duele" o "Amor con hielo", el espectador ya estaba metido en el escenario, con las letras aprendidas de casa. Atmósfera de actuación grande. Pena que fuera apenas una hora.

Se bajó Morat y se subió la Oreja de Van Gogh. El grupo de San Sebastián no se complicó: interpretó sus mejores canciones de siempre y demostró tener un directo potente, nítido, con energía. El público tampoco buscaba ni pretendía otra cosa y esa complicidad entre lo que quiero y lo que me ofreces acabó por reforzar la buena línea del concierto.

Por aquel entonces el público asistente se había multiplicado. Al redactor las cifras le marean. Cuesta darlas y más creerlas. Quizás hubo cinco mil. O tal vez seis mil personas.

Y en esas, llegó Papito. Justo cuando el concierto tenía que definir para dónde ir, si subir o perderse, apareció Miguel Bosé. ¡Vaya tablas! Agarra el micrófono muy arriba, cierra casi siempre el otro puño, tiene semblante de superioridad y una elegancia que desborda. Y canta. Canta, pero de verdad. "Siempre en mi mente", "Sevilla", "Gulliver", "Amante bandido"... el espectáculo acabó de subir a la azotea. Aquel "Te amaré" del final solo es propio de las estrellas. ¡Gracias por venir!

Amaral dio otra vuelta de tuerca. Cambió música serena por mayor intensidad. Sí, supo aguantar al Love en la ola. Eva tiró de su voz mágica y se acordó de la llamada de Marta en "Son mis amigos" con un público entregado.

Carlos Jean y Brian Cross cerraron el evento ante una minoría. Los más duros. Los que aguantaron.