Vivir en el entorno natural del Parque Rural de Anaga no es fácil. Lo paradisiaco del paisaje y la lejanía de las prisas de la capital tienen una doble cara que se transforma en aislamiento cuando la fuerza de la naturaleza irrumpe con toda su fuera en el entorno. Precisamente, eso fue lo que ocurrió el pasado 1 de febrero de 2010 y más de una decena de familias de Valle Brosque y Valle Crispín, en la zona alta de María Jiménez, continúan sufriendo sus consecuencias.

Pese a las obras de encauzamiento del barranco que realiza en la zona el Consejo Insular de Aguas (CIA), son varias las quejas de unos vecinos que se sienten abandonados porque "somos cuatro gatos y nuestro voto no cuenta". Dos nombres propios sirven para evidenciar las dificultades diarias de decenas de personas curtidas pero, aún así, cansadas de su situación.

José Luis Pérez Cabrera es vecino de Valle Brosque y en su misma situación se encuentran seis familias. El puente que atravesaba el cauce del barranco desapareció con la fuerza torrencial del agua el pasado 1-F por lo que se ven forzados a cruzar el lecho del barranco para ir de un lado a otro. Si llueve un poco, la solución: calzarse botas de agua. Si llueve mucho simplemente no pueden cruzar al otro lado. Además, alertan de la cercanía al cauce del muro de contención que se está construyendo, que, a su juicio, debería estar más alejado del actual cauce para evitar su estrechamiento.

Otro ejemplo. Rogelia Pérez Hernández, vecina de Valle Crispín. A sus 51 años debe cruzar dos o tres veces al día un puente destartalado (foto inferior derecha) para poder llegar a la "civilización" (farmacia, venta, etc.) con el consiguiente riesgo de sufrir un accidente. Lo mismo le ocurre a otras cinco familias de la zona que no entienden cómo el CIA no ha proyectado obras para mejorar los cruces peatonales del barranco.

Además, advierten de que algunas zonas recién asfaltadas han comenzado a resquebrajarse y piden que se mejore el camino que llega hasta la zona alta de Valle Crispín, donde otras cinco familias, dedicadas a la agricultura y la ganadería, no pueden acceder con sus vehículos para alimentar al ganado o sacar a los animales. Los vecinos de esta zona solo esperan no verse incomunicados con las próximas lluvias.