Inés lucha cada día por la dignidad de sus cuatro hijos, pues a pesar de su juventud, la vida le ha preparado una dosis de mala racha que sobrelleva con serenidad, pero con preocupación.

Arrastrada por esta época de malos datos y sinsabores para todos, decidió hace unos cinco años, junto a su marido, ocupar una casa en el modesto barrio de Cueva Roja, un balcón desde el que observa una ciudad que le ofrece muy pocas oportunidades.

Explica que "antes vivía en una casa prestada, pero nos tuvimos que ir porque dos de nuestros hijos tienen asma, y decidimos meternos en la que vivimos ahora a pesar de que estaba en muy mal estado".

Señala que tras habilitarla medianamente, se pusieron en contacto con sus dueños, "y la hemos arreglado poco a poco con material reciclado, adaptándonos a nuestras posibilidades, pues incluso pedimos un crédito cuando mi marido trabajaba para acondicionarla en lo más básico", recuerda Inés.

Su marido, Iván, también de 32 años, y fontanero de profesión, lleva dos años parado, y en la familia solo hay un ingreso al mes, "la ayuda familiar de algo más de 400 euros, cuya última renovación será en noviembre", indica Inés, quien señala que con eso debe atender los gastos de la casa y a sus cuatro hijos, Aridiam, de 12 años; Nacoremi, de 7; Sheila, de 6 años, y el más pequeño, Iván, de un año y miedo, "a lo que hay que añadir los gastos del colegio, que hasta ahora no he podido ni comprar una libreta".

Pese a todas las circunstancias que rodean a este matrimonio, Inés e Iván no desisten de intentar mejorar sus vidas y, además de llevar a cabo un peregrinar constante por las administraciones, también asisten a cursos formativos o buscan información sobre ayudas sociales.

Llevan 16 años casados, y apenas superan la treintena de años, "porque desde muy jóvenes decidimos buscarnos la vida por nuestra cuenta", señala Inés, quien comenta que ha tenido a lo largo de su vida empleos esporádicos o sin contrato, "pero a medida que fueron llegando los niños, todo se complicó". Por ello, señala que, "a estas alturas, ya no pido nada, porque nos vamos buscando la vida para tener comida", una situación que no siempre se ajusta a las necesidades, pues con lágrimas en los ojos confiesa que "a veces nosotros nos quedamos sin comer para que lo hagan los niños, porque cuando te piden una manzana o una simple galleta y no tienes te amargas y se te rompe el corazón. Ahí ya te tienes que mover para buscar a quien pedir prestado o a quien pedirle fiado, una situación a la que te acostumbras, porque al principio perdías hasta el sueño".

"Ya te adaptas a vivir al día, y a buscar o pensar en qué hacer de comer, algo que haces de un día para otro, y así, día a día".

Explica que cuando vivía sola con su marido, "te arreglabas con un bocadillo, pero con los niños es diferente, y te da mucha pena no poderte ganar la vida con un trabajo, porque con 1.000 euros nos arreglamos".

Confiesa que ya está harta de presentar currículum por todas partes y que siempre está atenta en todo momento "a la deuda de la venta del barrio, que es la que nos da de comer todos los días".

En estos días pasados, según comenta Inés, "he podido poner algo de comida en la nevera gracias a Cáritas, que me dio un vale para ir al supermercado, pero me da mucha pena tener que racionar a estas criaturas los bollos para el desayuno o ponerles la leche con cacao más corta, porque igual no te da para los cuatro y así con todo en la casa". Pese a todo, afirma que "te adaptas", pero no se quiere acostumbrar a esta forma de vida, "pues también hay que pensar en que hay personas peor que uno".

Ahora solo piensa en que pueda entrar un sueldo a la casa , "para evitar darle vueltas a la cabeza, porque ya comienzan las clases y no le he podido comprar a las niñas ni un lápiz, porque el gasto en material supera los 300 euros, y el año pasado me costó todo 600 euros, por lo que ahora he decidido plantarme, para que busquen el material de otros años y lo utilicen, porque si hacemos frente a este desembolso, no comemos en dos meses".

Inés asegura que "este curso, antes de los libros de texto, prefiero comprar comida para mis hijos", lamentando, sobre todo, que esta actitud pueda bajar las notas de sus hijos, "ya que son niñas de notables y sobresalientes y espero que en el colegio me comprendan".