La historia de España cambió, algunos siguen diciendo que para bien y otros muchos todo lo contrario, el 18 de julio de 1936. Sin embargo, para unos cambió mucho más que para otros. De hecho, murieron ese día o acabaron detenidos y con un futuro incierto, sombrío y finalmente trágico. Al último alcalde republicano de Santa Cruz, José Carlos Schwartz Hernández, ese cambio brusco e involuntario le hizo madrugar. A las 7 de la mañana de ese fatídico día 18, lo sacaron de su casa y lo trasladaron a la prisión del Castillo de Paso Alto. Tras varios meses en Fyffes obligado a trabajos forzados, los golpistas lo mataron en Las Cañadas del Teide el 2 de octubre en uno de los episodios más simbólicos del alzamiento de parte del ejército contra la Segunda República en Tenerife.

Desde entonces, y sin que sus restos hayan sido recuperados pese a los esfuerzos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, su ciudad solo le ha dedicado una pequeña plaza triangular de La Salud. Sin embargo, este olvido se ha compensado en parte con la reciente decisión del pleno municipal, por unanimidad, de abrir un aula cultural con su nombre que sirva de lugar de "encuentro, promoción y fomento en torno a la memoria histórica desde una perspectiva cultural y para la difusión del pensamiento contemporáneo". Para ello, se firmará un convenio con dicha asociación, que preside precisamente la nieta de Schwartz y exdirigente relevante del PSC tinerfeño, Mercedes Pérez Schwartz.

Su abuelo nació en Santa Cruz el 29 de enero de 1897. Desde joven, se ubicó en los sectores más progresistas y aperturistas como buen representante de la burguesía liberal. Ejerció de abogado y de gobernador civil antes de acceder a la Alcaldía por Izquierda Republicana. De su etapa previa, destaca su defensa de los vecinos de La Gomera que fueron acusados de matar a dos guardias civiles, los famosos "Juicios de Hermigua".

Durante la mañana del golpe de Estado fue detenido sin acusación previa. Tras su paso por la tristemente célebre prisión de Fyffes, volvió al cuartel de Paso Alto y, en la madrugada del 2 de octubre de 1936, fue trasladado por dos hombres afines a los autoproclamados "nacionales" a Las Cañadas cuando, previamente, le habían dicho que se lo llevarían a su casa. Su viuda, Jorgina Esquivel Díaz, con la que tuvo cinco hijos (Concepción, Mercedes, José Carlos, Isabel y Jorge), nunca desveló los nombres de esas dos personas por las amenazas que recibió, según ha sostenido hasta ahora Mercedes Pérez Schwartz. Además, se le instruyó un expediente sancionador y fue separado del servicio al poco del golpe.

Se supone que se le enterró en una fosa común del Parque Nacional, pero también se pensó durante mucho tiempo que, tras ser trasladado, podía estar en el cementerio lagunero, aunque la investigación propiciada por la Asociación, la Universidad de La Laguna y el Ayuntamiento de Aguere en ese camposanto resultó infructuosa y no se halló ningún resto de los republicanos que se buscaba.

Diversos anónimos

Su nieta siempre ha dicho que su abuela supo dónde estaba enterrado "por un anónimo que le llegó". Luego, cuando algunos familiares comenzaron a gestionar la recuperación del cadáver, les llegó otro anónimo para aconsejarles que se estuvieran quietos "si no querían acabar igual".

Así, transcurrió la Dictadura y solo con la recuperación de la democracia su viuda pudo cobrar una pensión, ya que en la etapa franquista se le daba por "desaparecido" y no podía percibir nada.

Estos agravios, tras 76 años, han quedado un poco paliados con el respaldo unánime a un aula cultural que pretende ahondar en el estudio del pensamiento contemporáneo, pero, sobre todo, servir de referente de tolerancia, democracia y respecto a todas las ideas.