Una crónica laberíntica rubricada por un apenado Antonio Martí, en abril de 1968, se convierte en el punto de partida de este retazo periodístico, un improvisado rescate en torno a los 50 años que estos días se cumplen del cambio de "residencia" de EL DÍA.

Martí escribe con nostalgia -en las páginas 9 y 11 de EL DÍA que se editó el 25 de abril de 1968- el traslado de la sede de este periódico desde la calle Norte a la avenida Buenos Aires. No a las instalaciones que ocupan hoy el Grupo de Comunicación EL DÍA, sino al edificio central del Radio Televisión Española en Canarias.

Antonio Martí prefería nombrar la calle Valentín Sanz como la calle del Norte. Hacía lo mismo con la Pérez Galdós, que para él era la calle San Lorenzo, o la Viera y Clavijo, que en su defecto él reconocía como la calle Santa Rita. En un edificio estrecho y alto dio sus primeros pasos como periodista. Él hablaba de "gateo", pero allí empezó a coleccionar numerosos episodios "dramáticos, emocionantes, grotescos y tiernos", enumeró sobre las aventuras que recopiló desde las alturas de la vieja casa de "La Prensa".

La redacción estaba ubicada casi en la azotea y se accedía a ella a través de una complicada escalera de caracol de hierro que no todos se atrevían a subir. En su relato, Antonio Martí recuerda los días en los que escuchaba los gritos de don Juan María Ballester y Remón, exalcalde constitucional (accidental) de Santa Cruz y profesor de la asignatura de Gramática Castellana, desde la buhardilla. Apuntando con su bastón hacia el cielo, el experimentado y en ocasiones gruñón maestro vociferaba las "faltas o gazapos" que se habían deslizado en alguna edición anterior. Para evitar tales reprimendas, el reportero aclara que ponía todos sus sentidos al servicio de la escritura para no tener que volver a sufrirlo".

Las primeras instalaciones de "La Prensa" ocupaban la mitad de la casa de Valentín Sanz, la otra parte le servía de almacén de pinturas de la "Droguería Filpes", que atendía a su fiel clientela en el negocio situado en la acera de enfrente. A don Leoncio Rodríguez, fundador del rotativo, no había día que no lo acechara don Juan Feria Concepción, el dueño de una farmacia que lindaba con la empresa de información, para quejarse de que el "trueno" se movía mucho de madrugada y que le resultaba imposible dormir: el centro de impresión siempre fue un asunto de debate en la calle del Norte.

Martí traza un triángulo humano que marcó sus inicios en el mundo de la comunicación; tres personas que dieron mucho sentido a los conocimientos que comenzó a perfilar en el Madrid que se asomaba al tercer decenio del siglo XX. El editor Leoncio Rodríguez, el afamado político santacrucero Benito Pérez Armas, por el que el primero sentía una confesa admiración, e Ildefonso Maffiotte, bohemio y también redactor-jefe de "La Prensa", constituían una especie de trinidad que no paró de crecer en cuanto el "plumillas" se integró en la nómina de "La Prensa", después de agotar uno periodo de prácticas en "El imparcial".

De Pérez Armas, el autor del artículo "La vieja casa de La Prensa o lo que fue de ayer a hoy" escribió que había sido el "patriarca" de una convulsa escena política local en la que convivían liberales, conservadores y republicanos.

El comunicador revela un efímero diálogo con Pérez Armas, que se dio junto a una de las ventanas que daban a una ya escandalosa calle del Norte, en el que este valoraba los listados de las amistades que había conservado y las que perdió a raíz de su acercamiento a la Unión Patriótica. El tercer personaje en cuestión, además de don Leoncio Rodríguez, era a ojos del periodista que hilvanó los datos originales de este reportaje un ser "generoso que lo entregaba todo"; regalaba a manos llenas afecto, arte, vida... Martí narra a los lectores de EL DÍA de 1968 que tras cesar en "La Prensa" fue el fundador de "La noche", un diario que únicamente vio la luz en 3 o 4 anocheceres. "El primer día lo pusieron a la venta a las nueve, el segundo a las diez y el tercero a las once...", recuerda sin poder obviar un hecho que sirve para resumir la efervescencia de un periodista. Un día le encargaron una nota sobre un homenaje a Bonnin. El joven se puso a ello, la corrigió y se la dio a Maffiotte, que tras una lectura silenciosa dijo: "¡Eso también lo hacía yo!", trasladó con sus ojos humedecidos.

El poeta Isaac Viera enfundado en su holgado chaquet gris, el también escritor Arocha Guillama, cuando ya no estaba interno en el Manicomio, o Diego Crosa, el popular "Crosita", eran visitantes habituales de las instalaciones de Valentín Sanz. Por aquel entonces los "Ripios" festivos de Crosa empezaban a entrar en conflictos con los versos más alegres de un nuevo valor que hacía acto de presencia con el seudónimo de "Nijota". Por allí, también se dejaba ver de tarde en tarde Joaquín Fernández Pajares, "Jacinto Terry", al que Antonio Martí admiraba porque había sido su mentor en los años 1917 y 1918. Según el cronista de "La Prensa", su cuerpo ya estaba deformado por los continuos achaques, pero aún sabía cómo atacar los puntos neurálgicos de la actualidad. En la última parte de esta amena crónica, Martí expone a los lectores la lección de periodismo con la que Ildefonso Maffiotte se despidió de "La Prensa", cubriendo en el juzgado el crimen de Arguayo, un ejemplo que él quiso emular más adelante con el "Crimen de la Cisnera". Un despropósito judicial en el que el fiscal Carbia, según Antonio Martí, compareció "tan afeitado, con el pelo tan pegado y lleno de encajes" que originó una polémica confusión en una testigo. "Sí señora, no señora", repetía la interrogada hasta sacar de quicio al funcionario judicial. "Yo no soy una señora, soy el fiscal", repitió un enfurecido Carbia, al tiempo que Martí tomaba las notas con las que impulsar un nuevo relato.