Aunque suena sencillo, para ella ha sido como arrancarle parte de su corazón. "El Numbar se acaba", resume una emocionada Magdalena Orihuela, propietaria del histórico bar que, durante más de ochenta años, ha permanecido en la esquina de la calle la Marina con Villalba Hervás.

Heredado de su padre, Sebastián Orihuela Cabrales, un joven gaditano -de Puerto Real- que recaló en la capital después de la Guerra Civil e hizo su vida en ella, el negocio debe su nombre a la marca de la primera cafetera que se instaló en él, una máquina de seis brazos que comenzó a darle la fama que nunca perdió: el buen café que servía.

Eran años en los que el muelle de Santa Cruz mantenía una intensa actividad como puerto franco y que convirtieron al Numbar en punto de parada de marineros y cambulloneros de todas las nacionalidades. En ese entonces, el bar abría las 24 horas.

Ahí se fue fraguando la fama que siempre lo acompañó, incluso después de la reforma que sufrió como consecuencia del derribo y posterior levantamiento del edificio en el que está ubicado. Tras esos cambios, el bar se hizo más pequeño, pero con el mismo aroma a buen café -y a tortillas caseras- con el que creció Magdalena. "He vivido con esto", recuerda.

Hija única, la última propietaria del Numbar se quedó al frente del negocio a mitad de los años 70, tras el fallecimiento de su padre, un gran aficionado al cante, la fiesta taurina y los coches -los Mercedes no porque eran los preferidos de los emigrantes que regresaban con dinero-. Aún se conservan en el local varias fotografías con algunos de los vehículos que tuvo.

Casado con una lagunera, Dolores Hernández, Sebastián inició su relación con los negocios como empleado/socio del bar Los Claveles, en la calle La Rosa. Pero su carácter autónomo lo llevó a fundar el que, con los años, se convertiría en referente de esta parte baja de la ciudad.

Ese carácter, en ocasiones díscolo, lo condujo a conocer y a traer a su casa a reconocidas figuras de la farándula. "De repente, una noche entraba en casa un montón de gente con guitarras", recuerda su hija. Era su forma de ser.

Tras su fallecimiento, en el año 1977, cuando su nieto Sebastián contaba con apenas cuatro años, Magdalena asumió el control del negocio, siempre con la ayuda en la sombra de su marido, José Luis Cutillas -funcionario de Correos ya jubilado-, y con varios encargados que le dieron vida al bar, como Aurelio, Juan Orihuela "El Mijita", un primo de Cádiz, y Luciano.

Fue una larga etapa en la que Magdalena, que estudió Turismo pero a la que su padre, curiosamente y a pesar de su carácter abierto, no dejó viajar a Inglaterra a perfeccionar su inglés, tuvo a sus dos hijos. Ninguno de ellos, relata, pretende continuar con la herencia del Numbar.

"Se trata de un asunto sentimental, pero hay que cerrar. No vamos a abrir más. Ya cumplí 67 años y no tengo necesidad de tanta preocupación", explica Magdalena, quien revela a qué dedicará gran parte de su tiempo: el cuidado de sus nietos.

Con esa alusión a los sentimientos justifica que el Numbar eche el cierre para siempre. "Siempre ha sido un negocio de la familia. He vivido con esto y quiero que se acabe aquí. Es mi vida y fue la de mi padre". Nada más que añadir. En adelante, avanza, y a pesar de que no le han faltado ofertas, el local podría ser alquilado, pero para cualquier otra actividad. Por eso, lanza un aviso, con cierta ironía: la noche de Reyes, los profesionales de la comunicación que venían a tomarse un café -o lo que tocara-, deberán buscarse otro lugar. Ya saben, el Numbar se acaba.