Se enfrentan a lo desconocido con miedo, pero con la ilusión de lograr una vida mejor. Luego, cuando se topan con la cruda realidad, tienen dos opciones: rendirse o luchar. Abdellah y Jewal relatan en primera persona qué les ha llevado a abandonar Marruecos en patera y cómo es su vida en Tenerife, previo paso por Fuerteventura. No tienen papeles, pero les sobran ganas de que el futuro sea como soñaron antes de partir.

Ayuda en la traducción Karima El Mahmdi, responsable del programa de intervención social de inmigrantes refugiados de Cruz Roja en Santa Cruz de Tenerife, pues ninguno habla con fluidez el español. De hecho, se ofrecen voluntarios para este reportaje tras sumarse a las clases de español que ofrece la ONG.

Tanto Abdellah (54 años) como Jewal (18) forman parte del grupo de marroquíes que, tras pasar por el CIE de Hoya Fría, fueron puestos en libertad al superar el plazo legal de retención sin ser expulsados del país, entre octubre y diciembre de 2018. Ambos habían llegado a las Islas el año pasado; el primero, a Fuerteventura hace cuatro meses, y, el segundo, a Lanzarote hace seis.

Hace unos días, la presencia de grupos de personas sin papeles, principalmente de nacionalidad marroquí, en las calles de la capital generó preocupación entre los dirigentes municipales y motivó una reunión entre administraciones para buscar soluciones.

Ellos, sin embargo, intentan mantenerse alejados de la polémica, pues, en gran medida, de eso depende que puedan pasar en territorio europeo los tres años de arraigo que se requieren para obtener la documentación necesaria. En todo este tiempo corren el riesgo de ser devueltos a Marruecos, país con el que España tiene suscrito un acuerdo de expulsión.

"Tratan de sobrevivir intentando no ser pillados por la Policía, demostrando su integración, participando en cursos y talleres, etc.", precisa la responsable del programa de intervención social de inmigrantes refugiados de Cruz Roja en Santa Cruz.

Y así intenta dejarlo claro Abdellah, el mayor. Su experiencia, en este caso, no solo se la da la edad, sino también el hecho de haber pasado ya una experiencia similar. Según cuenta, en 2004 también cruzó el mar en patera, pero, tras varios años, acabó expulsado de nuevo a Marruecos.

¿No siente tristeza al encontrarse en esta situación, sin papeles tan tanto esfuerzo? "Siento que me falta algo", confirma Abdellah, quien relata que pasó cinco años en varias cárceles españolas -la última en Salamanca- tras ser acusado de patronear una embarcación con inmigrantes a bordo.

A pesar de todo, este pescador de alta mar, que procede de la zona de Safi, cerca de Esauira, en la costa atlántica marroquí, señala que "quería volver para quedarse". Por eso no dudó en aprovechar la oportunidad que se le brindó de regresar en patera.

Con la experiencia vivida, ahora recurre, entre otras cosas, a la venta ambulante en el rastro para sobrevivir y comparte vivienda con un compatriota. Su sueño: poder sacarse el curso de patrón de barco y poder trabajar. En Marruecos dejó a sus seis hermanos. Sus padres fallecieron.

Jewal, por su parte, originario de una zona cercana a Agadir, quería cambiar de vida para no estar trabajando por diez o veinte dirham -moneda marroquí- al día (unos 0,092 euros). Es decir, mejorar su situación, pero sin mostrar preferencias por una profesión. "Lo primero es aprender español para poder comunicarme; y, luego, no me importa trabajar en cualquier cosa", relata.

El joven reconoce que otros chicos de su barrio ya habían dado, antes que él, el salto a Europa, aunque como polizones de barco, otra fórmula utilizada por los inmigrantes. Ahora están en Barcelona.

Él, sin embargo, no aspira a abandonar el Archipiélago, aunque forma parte del grupo de inmigrantes que hace uso de los recursos municipales y del comedor de La Noria. En ocasiones, la calle es su hogar.

Con 18 años, edad que tuvo que ser confirmada con pruebas médicas tras llegar a las Islas -él argumentó que era menor-, Jewal no siente miedo por lo que le pueda suceder en el futuro. "Era consciente de lo que me iba a encontrar porque tenía un familiar que me había dicho, incluso, que iba a pasar mucho frío", cuenta.

"Pero los días allá eran siempre los mismos y no avanzaba", sostiene. Por eso, también se muestra seguro de que si es expulsado volverá a intentar el regreso. No en vano, de su futuro depende, en gran medida, el sustento de su familia en Marruecos. Él es el mayor de cinco hermanos, a los que quiere escolarizar.

La travesía que hizo Jewal, según cuenta, puede costar entre 2.000 y 3.000 euros, aunque él solo pagó "por suerte" unos cien. Estuvieron navegando tres días y viajaron 37 personas. Dos ya han sido expulsadas.

Para ellas acabó un sueño que, tanto para Jewal como para Abdellah, sigue vivo. Hasta que la suerte los acompañe.