En la naturaleza es impensable que un hermano de sangre mate a otro, pero no es así entre los seres humanos, en los que actúa un componente ausente en otras especies: la utilización de símbolos que representan identidades, ideas y mitos y que, pese a su carácter abstracto -o directamente irreal- ejercen una poderosa influencia en las vidas de los individuos. Juan Luis Arsuaga, paleontólogo y codirector del yacimiento de Atapuerca (Burgos), lo explicó ayer así: "La mayor parte de las cosas en las que creemos y que determinan nuestras vidas no existen. Eso esexclusivo de nuestra especie. Puede ser muy útil, porque nos une, pero también nos enfrenta".

Arsuaga, que ofreció una conferencia organizada por la Facultad de Psicología de la Universidad de La Laguna, argumentó que el hecho de que los humanos formen grupos basados en esas "cosas que no existen" -y no en el parentesco, como el resto de especies- permite entender ese hecho que "jamás se produciría en la naturaleza". "Solo la ideología puede hacer que dos hermanos se maten entre ellos", sentenció.

"Los símbolos tienen una gran fuerza sobre los seres humanos. Es sorprendente que seamos tan inteligentes y al mismo tiempo tan fáciles de engañar", dijo, antes de proponer como única solución "educar, prevenir y vacunar contra la manipulación".

La aparición de esta "mente mágico-delirante" define la que, para el popular divulgador científico, es la tercera fase de la evolución humana, que "potencia y exagera" lo ocurrido en la segunda, cuando la "competencia social" pasó a ser el factor que explica la adaptación al medio y, por lo tanto, la supervivencia o desaparición de los individuos y especies.

En esa segunda etapa, las "fuerzas hostiles de la naturaleza" a las que se enfrentaban los individuos -y de las que habló Charles Darwin- "ya no eran agentes geológicos o atmosféricos o la competencia con otras especies, sino que la selección vino desde otros individuos y otros grupos de la misma especie".

La selección de los individuos exitosos responde no a la respuesta ante el entorno natural, sino a las habilidades para desenvolverse en un medio social. En esta fase, la aptitud social y la habilidad para formar grupos se orientan sobre todo a dos objetivos: "cazar y no ser cazados".

El resultado de este proceso es un mayor desarrollo del cerebro -que funcionará cada vez más como "una herramienta social"- y de otras características anatómicas y fisiológicas.

La competencia social es, desde entonces, el nuevo campo de batalla al que se refería Darwin. Unidos en torno a símbolos o creencias -o incluso alrededor de los colores de un equipo de fútbol-, los humanos conforman grupos identitarios de dimensiones "nunca conocidas", de cientos de miles o millones de personas. Pero la unión entre los individuos se contrapone al enfrentamiento entre grupos, lo que ha dado lugar, por ejemplo, a los más de 200 millones de muertos que arrojó el siglo pasado.

"Vivimos más en lo que no existe que en lo real, y eso es una gracia exclusiva de nuestra especie. Ahora estamos pagando el precio de la victoria, que no nos ha llevado al cielo", razonó Juan Luis Arsuaga.

El científico recalcó que las especies "no eligen ser sociales" y que lo "somos no porque seamos humanos, sino porque somos primates. Los gorilas no crean un grupo basado en un macho dominante y varias hembras porque sean musulmanes o hayan leído a Kant. Ni el 95% de las aves son monógamas porque sean católicas o por factores ambientales, sino porque está en su código genético".