Las "gentes del mar" que llegaron a Canarias a partir del siglo XIV fueron vistas por los aborígenes como seres que se trasladaban en casas o en pájaros que volaban por el mar. Para los isleños de algunas islas eran dioses, pero para los nativos de otras eran navegantes con claras intenciones de dominio.

Así lo indica en una entrevista el conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, José Juan Jiménez, quien ha investigado y publicado diferentes trabajos sobre el periodo del contacto interétnico entre indígenas y europeos desde fines de la Edad Media a los comienzos del Renacimiento.

José Juan Jiménez, que también es doctor en Prehistoria por la Universidad de La Laguna y acaba de publicar "Los aborígenes, el más allá y los espíritus de los antepasados", señala que -como ocurrió en otros lugares de América- las poblaciones autóctonas de Canarias acogieron aquellas travesías de forma diversa, según los relatos surgidos a partir de su propia tradición oral.

Ello explica las actitudes de amistad o de resistencia que encontraron los europeos al saltar a tierra.

En el caso de Fuerteventura, existía una explicación de carácter adivinatorio y premonitorio debido a que interpretaban unas nubecillas que aparecían sobre el mar al amanecer del día en que comenzaba el solsticio de verano como la materialización de los espíritus de sus antepasados.

Según refiere fray Juan de Abreu Galindo, la isla fue ocupada con cierta facilidad por los conquistadores normandos porque dos mujeres nativas llamadas Tibiabín y Tamonante habían anunciado que por el mar iba a venir cierto tipo de gente y aconsejaron que tuviesen paz y quietud.

Tanto en Fuerteventura como en Lanzarote los majos -nombre de sus antiguos habitantes- hacían sacrificios y rituales en el interior de cuevas, en las cuales invocaban y llamaban a los espíritus de sus antepasados que "andaban por los mares" y los veían en forma de pequeñas nubes que surgían en el litoral, como también lo transmitió el capellán y licenciado Pedro Gomes Scudero.

Asimismo, según un adivino aborigen llamado Yone, por el mar y en navíos que blanqueaban con sus velas había de venir el dios Eraoranzan de los bimbaches -antiguos habitantes de El Hierro- y aconsejaba a su pueblo que lo recibiesen sin peleas ni huyesen de él.

Por ello, cuando los nativos de El Hierro vieron llegar los navíos europeos rememoraron con su tradición oral el recuerdo del augurio de Yone y creyeron que en aquellas "casas blancas" venía a verlos su Dios.

Abreu Galindo añade que como vieron cumplido el pronóstico fueron a la costa a recibirlos "con mucho contento".

Pero no ocurrió lo mismo con los guanches en Tenerife, pues su adivino Guañameñe había profetizado que por el mar iban a llegar dentro de unos pájaros grandes gentes blancas "que habían de enseñorear la isla", según la información recabada por fray Alonso de Espinosa.

Además de los relatos orales recogidos por las fuentes etnohistóricas, en algunas estaciones rupestres de casi todas las islas pueden contemplarse grabados que representan embarcaciones europeas realizadas con técnica y estilo indígena, "síntoma del impacto ocasionado por la arribada de los navegantes" detalla el arqueólogo.

José Juan Jiménez dirigió en su día los trabajos de investigación sobre el Barranco del Muerto (Santa Cruz de Tenerife), donde se contabilizaron más de 30 paneles con inscripciones entre las que hay barcos esquematizados y una embarcación muy semejante a una coca bayonesa catalano-mallorquina del siglo XIV.

Ello demuestra que los marinos bajomedievales habían navegado hasta la isla -entonces denominada Tenerfix- ciento cincuenta años antes de que se produjese la conquista castellana.

Asimismo, es muy plausible que algunos grabados rupestres en forma de cruz sean una esquematización de los palos mayores y menores de embarcaciones con las velas plegadas o desplegadas que se detenían a "hacer aguada" (recoger agua en el litoral) mientras en otras ocasiones representan claramente el símbolo cristiano.

Para el conservador del Museo Arqueológico, el mundo prehispánico detectó a sus futuros conquistadores en el medio marino antes de que pisaran sus playas, elaborando premoniciones que anunciaban lo evidente: la llegada de unos pájaros negros con alas blancas por el mar mucho tiempo antes de lo que eventualmente se ha dicho.

"Una simbiosis de ambos mundos reactivó las tradiciones orales que conectaban el más allá, los espíritus de los antepasados y el crepúsculo de sus dioses", apostilla Jiménez.