De las aulas a las instituciones y de las instituciones a las aulas. Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica y portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid, ha dedicado su vida a transformar la realidad desde dos espacios -el académico y el político- que no ve antagónicos, sino complementarios.

El viernes pasado, el filósofo, que también fue ministro de Educación con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, participó en el ciclo "El Mundo que queremos", organizado por la Fundación CajaCanarias, junto al profesor Francisco Díez de Velasco. Tanto en ese debate como en esta entrevista quiso dejar claro que él quiere un mundo con más diálogo y espacios de conversaciones, ya sean personales o digitales.

¿La filosofía le ayuda, a pesar de lo malo que tiene la política, a continuar participando en la vida pública?

Creo que es el mismo compromiso. He trabajado muchos años como profesor, me siento profesor de Filosofía, y eso también es un compromiso por lo social, lo político y lo público. Algunos me dicen: Has dejado de ser profesor para dedicarte a los asuntos públicos y sociales. Pero yo siempre me he dedicado a los asuntos públicos y sociales, nunca he entendido que la filosofía era una manera de escapar de los compromisos para la transformación y la mejora del mundo. La filosofía me acompaña y no es un obstáculo ni tengo que olvidarme de ella para poder hacer la tarea que hago. Y, además, considero que el pensamiento crítico independiente es decisivo.

¿Le viene bien a la política que haya filósofos que militen activamente, como usted o su compañero Manuel Cruz?

No tengo una idea elitista de la filosofía, no pienso que el que no es filósofo no tiene capacidad para razonar o elegir. Pero lo que se demuestra con esto es que para dedicarse a la política no hay que hacer Ciencias Políticas, Económicas o Derecho, que parece que algunos creían que era el camino natural. Hay muchos caminos para el compromiso social, político y público. Y se está viendo que la filosofía no es incompatible con eso.

De un tiempo a esta parte los pactos no tienen buena fama, ya sea en política o fuera de ella. Se ven como una forma de claudicar. ¿Ha empeorado nuestra percepción de los consensos?

Creer que un acuerdo es una rendición o una claudicación me parece un error, aunque a veces llamamos pacto o acuerdo a cualquier cosa. Hemos utilizado esa palabra en exceso. Los pactos son un resultado al que se llega. Los pactos hay que labrarlos, hay que trabajarlos, hay que cultivarlos. Los acuerdos no están esperándonos en un sitio a donde hay que ir a cogerlos. Hay que hacerlos. Eso exige mucha participación, mucho dialogo, mucha paciencia, mucha escucha y tiempo. Por eso me inquieta que algunos quieran hacer pactos con mucha precipitación, con un cierto descuido de los demás. La política es acuerdo y pacto; la vida es acuerdo y pacto; la Constitución es un gran pacto; las relaciones personales están basadas en un pacto; vivir es saber acordar con los demás.

¿La indignación que hemos sentido durante la crisis está sirviendo para transformar la realidad?

Creo que la indignación no tiene que ser solo mera indignación, hay que vivir el malestar del tiempo en el que estamos y convertirlo en principio de acción y solidaridad para incorporar a los que están en situación peor, a los más vulnerables, a los más necesitados. Hay muchos tipos de indignación, algunos se indignan por sí mismos y a veces son injustos en esa indignación. Me gustan más los que se indignan por los demás que por sí mismos. Pero hay muchos que tienen razón para sentirse verdaderamente molestos en un país en el que hay tanta pobreza y tanta desigualdad, a pesar de que es un país con muchísimas posibilidades. Y una salida de la crisis que mejora el producto interior bruto (PIB), pero que no logra redistribuir, donde no hay equilibrios, eso razonablemente produce una insatisfacción que yo mismo comparto.

¿Cree que las redes sociales están dando más voz a esos desfavorecidos o ayudan a mantener el "statu quo"?

Las redes sociales son muchos mundos. Y son mundos muy desiguales. Por esos mundos circulan espacios de grandes compromisos, de grandes solidaridades, de gran fraternidad, pero también circulan resentimientos, odios, egoísmos, egolatrías, personas que usan las redes como una especie de promoción personal? Pero recordemos que los medios son medios y no fines. Cuando los convertimos en fines dan problemas. El problema no son las redes, sino qué circula por ellas; el problema no es el tren, sino qué lleva el tren. Yo creo que no hay que satanizar las redes sociales, sino convertirlas en un instrumento de comunicación, de relación y de potenciación de los valores en los que creemos. Y que los que las utilizan para otras cosas vayan quedando en evidencia o marginados, pero hoy por hoy tienen aún mucho protagonismo.

¿Pero las redes están logrando hoy favorecer el diálogo, entendido como una conversación en la que hablamos y escuchamos a quienes piensan diferente?

No, no siempre. Y es que en realidad la prueba de si hay comunicación es si estamos abiertos al que no piensa como nosotros, dispuestos a dejarnos decir algo por quienes tienen otra visión de las cosas. Porque si lo único que estamos buscando son cómplices, adhesiones inquebrantables, seguidores emocionados, en vez de confrontar nuestras ideas y acoger al que piensa de otro modo? Eso es la hospitalidad con el extranjero, con el que ve las cosas de otra manera. En las redes lo que se pone abajo son los corazoncitos, pero la historia es ver si somos realmente capaces de debatir, de conversar, porque a veces faltan espacios de conversación.

Y este mundo de adhesiones, pero de adhesiones veloces porque cada vez vamos más rápido, ¿cómo afecta a los tiempos que necesitan los parlamentos, la política?

Es verdad que este es un combate entre distintas nociones de tiempo. Ahora parece que lo que no es rápido no tiene interés, pero eso afecta a la calidad de las noticias. Las noticias a veces son caras y lentas, y resulta que a lo largo de un día hay grandes exclusivas una tras otra, grandes novedades. Esta prisa, este cambio de la noción del tiempo, tiene mucho que ver con las redes sociales. El tiempo de la comunicación ha cambiado y la pregunta interesante que debemos plantearnos es: ¿hasta afectar y hacer inviable la comunicación? Esperemos que no, pero hay días en que uno sufre pensando en eso, en que no hay espacios de conversación, en que se han debilitado los encuentros personales. Pero yo no creo ni quiero hacer un discurso contra las redes sociales, pienso que tenemos que trabajar seriamente para convertirlas en un vehículo de comunicación y conversación.

Antes parecía que el futuro era algo muy lejano, ahora parece que vivimos más en el futuro que en el presente.

Sí. Y lo que se está dejando mucho es el pasado. La herencia recibida. La memoria y el afecto hacia los que nos han traído hasta aquí. La desconsideración con el pasado suele ser una desconsideración también con el futuro. En el futuro en este siglo van a ocurrir muchas cosas muy tremendas, espero que para bien. Se habla de una cultura "postalfabética": la nueva relación entre biología y nuevas tecnologías va a producir una concepción del ser humano distinta. En pocos años esto que llamamos nosotros ser humano con toda naturalidad va a verse afectado, no digo que mermado, pero va a ser una cosa muy distinta. A las personas jóvenes les corresponderá ver todo eso, pero también intervenir.

Actuar ante todos los problemas morales que van a surgir?

Exacto. Todos los problemas éticos que eso conlleva; tendrán que intervenir para decidir y decidir en la mejor dirección. Para elegir, preferir y decidir, que es para lo que yo creo que es la educación. Intervenir para lograr que la sociedad sea mejor.

En ese sentido, la filosofía ha vuelto a celebrar esta semana su día. ¿Es una mala noticia que la filosofía tenga un día mundial?

Bueno, hoy si no tienes un día mundial, no existes. El Día Mundial de la Filosofía es un momento para reivindicar su presencia en los currículos, en las escuelas, para reivindicar el espíritu crítico y la independencia que procura el pensamiento, y no para hacer proselitismo corporativista. Es importante la formación artística, humanística, científica, integral. El aprendizaje no es un asunto meramente económico.

¿Estamos especializándonos en exceso?

Sí. Nuccio Ordine escribió un libro, "La utilidad de lo inútil", y en él señalaba que tenemos un concepto de utilidad que parece que todo lo que se sabe hay que aplicarlo ya. Parece que estamos hablando de adiestramiento o de formar trabajadores dóciles, en vez de ciudadanos y ciudadanas libres. Si llamamos útil solo a lo que es inmediatamente rentable, seremos esclavos del mundo y no transformaremos el mundo.

¿Y cómo nos tratan los políticos? ¿Usan la razón para dirigirse a nosotros o tiran demasiado de argumentario?

No los voy a poner de ejemplo de seres humanos inferiores ni de seres humanos superiores. Lo que sí es cierto es que esta demanda de soluciones rápidas e inmediatas a veces genera injusticias. La justicia de la palabra significa que las cosas tienen que ir más mesuradas, más equilibradas. La palabra justicia tiene que ver con equilibrio. En la política parece que quien es así es tibio o mediocre, que no tiene energía, que le falta decisión. No digamos ya si uno fuera bueno. Entonces dicen: "Sería un buen director general, pero es demasiado bueno". Yo siempre pregunto: ¿pero cómo puede ser alguien demasiado bueno? Eso es como si le decimos a alguien que tiene demasiada salud y le decimos que debería tener un poquito menos. Yo creo que igual que hablamos de la banalidad del mal tenemos que hablar también de que se está banalizando el bien. Ser buena gente, hacer las cosas bien, con moderación y mesura, debe ser una cualidad de lo político, no un defecto ante un mundo que parece que lo que importa es la energía de la precipitación, de la decisión inmediata a cualquier precio y por encima de todo.