Más de 1.200 judíos alemanes cruzaron el planeta en pleno holocausto para refugiarse en Filipinas, un país que les acogió cuando todos les cerraban las puertas. La historia de estos supervivientes, semilla de la actual hermandad entre Manila y Tel Aviv, comenzó con una partida de póker.

Manila, año 1937. Batalla de naipes entre el presidente filipino Manuel Quezón, el alto comisionado de EEUU, Paul McNutt, el todavía coronel Dwight Eisenhower y élites locales. Tras un acalorado debate sobre el asunto de actualidad mundial del momento, la brutal persecución de los judíos en el Tercer Reich de Adolf Hitler, los jugadores proponen salvar a 10.000 de la cámara de gas.

"Al final solo pudieron rescatar a algo más de 1.200, curiosamente un número similar al de los salvados por Oskar Schindler con su famosa lista", explica el historiador filipino Michael "Xiao" Chua, de la Universidad De la Salle.

Filipinas, entonces miembro de la Commonwealth y estado asociado de EEUU, no podía aceptar inmigrantes que necesitaran asistencia pública, por lo que Quezón ordenó elaborar una lista de profesiones demandadas para desarrollar el país.

Así, entre 1938 y 1941 llegaron médicos, científicos, contables o mecánicos judíos, entre otros profesionales. En el primero de los barcos viajaba con sus padres (él ingeniero) un niño de 12 años, Alfred Hahn.

"En Alemania tenían un vecino que les escondía en su casa cuando venía la policía de Hitler, lo que les permitió evitar el arresto hasta lograr el visado para escapar a Filipinas", explica Leticia Duñgo Hahn, de 86 años y viuda de Alfred, fallecido en 2011 a los 85.

Los judíos llegados de la fría Alemania tuvieron que enfrentarse en Filipinas al intenso calor, la humedad, los mosquitos y finalmente a la guerra, cuando el Ejército de Japón barrió a las tropas del archipiélago tras el ataque a Pearl Harbor de diciembre de 1941 y ocupó el país durante tres años.

Los japoneses, aliados de Hitler y temidos por su crueldad, "irónicamente brindaron a los refugiados judíos un mejor trato que a los filipinos y otros extranjeros" en el archipiélago ocupado, asegura el profesor Chua, ya que por error les consideraba del bando amigo al tener documentos alemanes.

"Al principio los japoneses metieron a mi suegro en la cárcel, pero lo sacaron pronto porque pensaron que era aliado", explica, por su parte, la viuda de Alfred Hahn.

Finalizada la II Guerra Mundial con la derrota y retirada de Japón, Filipinas consolidó su apoyo a la causa judía al aportar el único voto asiático a favor de la Resolución 181 de la ONU para el plan de partición de Palestina en 1947, que dio lugar a la proclamación del Estado de Israel un año después.

Mientras esto ocurría, Alfred Hahn se casaba con Leticia Duñgo, bella adolescente de una familia criolla de la alta sociedad manileña.

En los años siguientes casi todos los judíos alemanes refugiados en Filipinas partieron a EEUU, Europa o Israel, mientras una minoría prefirió quedarse en el país que les salvó la vida. Leticia recuerda el momento en el que preguntó a su marido y sus suegros cuál sería el siguiente destino.

"Mi casa es Filipinas. Cuando vinimos, los filipinos nos dieron un hogar y nos han tratado como a sus iguales. Esta es nuestra casa", respondió Alfred Hahn, que a sus 20 ya regentaba un próspero negocio de motocicletas y años después se naturalizó filipino.

Ocho décadas después del rescate de Quezón la comunidad judía en Manila apenas cuenta con unos centenares de personas y una sola sinagoga, donde mañana se conmemorará el Día Mundial en Memoria de las Víctimas del Holocausto con un homenaje a este desconocido capítulo de la historia.

Un capítulo que ha servido también para mantener unos estrechos lazos de amistad entre Israel y Filipinas, cuyos ciudadanos disfrutan de libre acceso al país de los judíos y un monumento conmemorativo en Tel Aviv agradece la ayuda prestada desde las antípodas del globo.

"Siempre que podemos expresamos nuestro agradecimiento a Filipinas por haber sido uno de los pocos países que nos abrieron las puertas en aquellos años oscuros", asegura Yulia Rachinsky-Spivakov, portavoz de la Embajada de Israel en Manila.