El sol se despierta en Anosisoa, en el sur de la capital malgache, dando paso a la ceremonia de "la vuelta de los huesos", un ritual en el que se exhuman los restos de seres queridos muertos hace años y se devuelven a la vida con una celebración llena de vida y cánticos.

Música, baile y alegría. Los aldeanos ya están preparados para caminar por el sendero que conduce a la tumba ancestral de los Ramanantsoa, una familia natural de Antananarivo. Hoy es el día de su exhumación, cinco años después de morir, y es una jornada de júbilo.

Al ritmo de un cántico que suena popular y pegadizo, familiares y amigos se pierden en los ritmos de una danza que encabeza una procesión con los restos de los Ramanantsoa, portados por su familia.

"Este año decidimos hacer la vuelta de los huesos de los seres queridos que nos dejaron. En nuestro caso se trata de mi padre, mi madre y mi hermano. (El último) era el pilar de la familia. Fue a él a quien los hermanos nos dirigíamos en momentos difíciles y siempre estuvo dispuesto a echarnos una mano", explica Gilbert Ramanantsoa, maestro de la ceremonia.

El hermano de los Ramanantsoa fue asesinado en su casa por el ataque de una pandilla hace cinco años, explica Gilbert Ramanantsoa, director de una pequeña empresa de construcción.

Hace 20 minutos que la música y los bailes son los protagonistas, y ahora todos se sitúan frente a la tumba. Uno a uno, desenvuelven los restos exhumados, envueltos en esteras, y entonces la familia se apresura a cogerlos para llevar a cabo la "famonosana".

La "famonosama" es una ceremonia que consiste en envolver con delicadeza los restos de los muertos en seda, para más tarde, volverlos a enterrar. Mientras tanto, la música, el baile y el alcohol continúan.

Algunos de los presentes no pueden contener sus emociones y derraman alguna que otra lágrima, pero los ancianos de la familia están allí para poner orden: "nada de llantos ni lágrimas. Hoy es un día de celebración y no de tristeza", reprochan.

A la familia no se le da el pésame, se la felicita. Los invitados se congratulan uno a uno con los familiares de los exhumados y les dan un sobre que simboliza la comunión.

Tras los cumplidos, es la hora del "vary be menaka", un plato malgache de arroz y carne cocida que todos comerán como símbolo de fraternidad.

Ahora más tranquilos, familia y amigos pasan a la etapa final: devolver los restos envueltos al que es su hogar desde hace algunos años, la tumba.

Los presentes dan siete vueltas a la tumba antes de entrar y depositar los huesos, y el maestro de ceremonias pronuncia un discurso en el que agradece a sus invitados haber compartido una jornada de alborozo, antes de volver a ser enterrados.

Esta exhumación es típica de los malgaches de las montañas, una costumbre relacionada con la espiritualidad de venerar a los antepasados.

"Los consideran, de alguna manera, como un cinturón de transmisión entre los vivos y Dios. Con la exhumación los malgaches creen que sus antepasados los bendicen", explica la socióloga Josiane Aurore Razanadrazaka.

"Más allá de este aspecto espiritual, también está el social y económico. Se fortalece el vínculo entre los miembros de la familia, y los de esta con la sociedad", explica Razanadrazaka.

Además, como en todas las festividades, la tradición contribuye al aspecto económico, ya que se visten con ropa nueva, dan comida y bebida a los invitados y se contratan músicos, destaca la socióloga.

"La exhumación aún tiene un futuro brillante por delante", asegura Razanadrazaka, a pesar de que el robo de huesos y plagas de peste bubónica y neumónica como la del año pasado, que causó más de 200 muertos, han hecho que las autoridades se planteen prohibir el ritual.