A veces, la transformación de la sociedad no empieza con una ley, en una campaña institucional ni con una moda. A veces, nace de la valentía y espontaneidad de las personas. Y este es el caso de Ana María Rodríguez Morales, quien, a finales de 1989, decidió presentarse a una selección de personal en Titsa y fue la primera mujer que condujo una guagua de esta empresa. Ahora, que ya se ha prejubilado, rememora con orgullo las pruebas a las que fue sometida, consciente o inconscientemente, por compañeros de trabajo y, sobre todo, por usuarios del transporte público. Algunos de estos, hombres y mujeres, cuando la veían al volante de una guagua, la mandaron a fregar platos o le reprocharon que estuviera quitando el trabajo a un padre de familia.

Tiene sangre majorera, pues su padre nació en Fuerteventura y su madre, aunque nacida en Santa Cruz de Tenerife, tenía padres de la misma isla. Nació en La Cuesta, donde transcurrió su niñez y juventud. Acudió al instituto San Agustín, en La Laguna. Cuando tenía alrededor de 11 años empezó a aprender a conducir el taxi de su padre. Y ese vínculo con "el volante" resultó decisivo.

Su primer trabajo fue en la oficina de una cerrajería cuando tenía 15 años y cobraba 3.500 pesetas al mes, "que me lucían mucho: ahorraba, compraba lo que necesitaba y sobraba dinero". Para sacar el carné de conducir debió superar dos requisitos: tener el permiso de su padre y asistir tres meses a actividades de la Sección Femenina, como acudir a Cruz Roja o al Hospital Militar.

En los años siguientes trabajó en una inmobiliaria, una empresa de alquiler de coches y con el taxi de su padre. Cuando se sacó el carné específico para conducir guaguas, pidió trabajo en una sociedad de transporte discrecional, pero no consiguió empleo. Y, entonces, se enteró de que Titsa buscaba chóferes y se presentó a la convocatoria. Y consiguió plaza. Empezó el 2 de septiembre de 1989. En los 14 años siguientes, condujo en líneas de transporte urbano en la capital tinerfeña. "Algunos, hombres y mujeres, cuando me veían al volante me mandaban a fregar platos", recuerda. De varias féminas evoca que le llegaban a decir que le estaba quitando "el puesto de trabajo a un padre de familia". Otras veces le dijeron: "Con una mujer no me subo".

Después, cuando la conocían como profesional, recuerda que la esperaban para ir con ella o le llevaban comida, cafés o zumos desde el Mercado.

Ana María explica que los desafíos también "llegaron desde dentro". En las cocheras, situadas entonces frente al cementerio Santa Lastenia, algunos le aparcaban otras guaguas de tal manera que le resultara difícil maniobrar con su vehículo de transporte público y "después miraban desde la cabina si era capaz de sacarlo". Pero siempre pudo.

En los años 90, con la desaparición de Transportes San Andrés, Titsa cubrió la línea entre el citado pueblo costero y el centro de Santa Cruz de Tenerife. Otra vez, una nueva prueba. La de su integridad como empleada. Tal vez por los hábitos permitidos por algún conductor de la compañía que desempeñó el servicio con anterioridad, eran muchos los usuarios que se subían en la guagua e iban hasta su destino, pero sin pagar ni un céntimo. Y eso ocurría en diversos barrios.

Ana María Rodríguez comenta que nunca permitió que alguien utilizara la guagua sin pagar, por lo que se granjeó diversas enemistades, incluido de las portavoces de algún colectivo. Pero ella se limitaba a cumplir las órdenes que le dieron sus jefes. La pregunta clave era: "¿Me llevas?". Ana respondía que "Sí", como es lógico en un transporte público. Cuando veía que el usuario o usuaria no tenía intención de abonar el viaje, entonces los informaba de las reglas.

Otra de las "malas costumbres" que intentó erradicar con su trabajo diario fue la de dejar en la puerta de sus casas a los clientes.

Según Ana María, "yo recogía o dejaba a los usuarios en las paradas habilitadas, solamente, y si algún compañero lo hacía de forma diferente, allá él con su responsabilidad". Pero también por este motivo "se molestaban, porque los tenían mal acostumbrados".

Durante años trasladó a vecinos de los barrios de San Andrés, La Alegría, Valleseco, María Jiménez y Cueva Bermeja, por ejemplo.

Algún tiempo después, en julio de 2003, Ana se presentó a las pruebas de inspectora y consiguió plaza. Este puesto consistía en supervisar vehículos o paradas, fiscalizar billetes o bonos, así como la uniformidad, entre otras cosas. Y como supervisora se ha jubilado recientemente.

Curiosamente, en el año 2002, su hija también entró a formar parte de la plantilla de la empresa insular de transportes de Tenerife.

Cuando se le pregunta qué ha aprendido después de tratar con tantas personas, responde que a dialogar con todo tipo de ciudadanos y "a ponerme en el lugar de los clientes".

Además, respecto a la educación de los ciudadanos en las guaguas a lo largo de casi tres décadas, señala que "es igual ahora que antes, de todo hay en la viña del señor".

Para disponer de un mejor transporte público, Ana María defiende la importancia de dar prioridad a este sistema de movilidad, con carriles "bus-taxi, o bus/VAO, así como que se respeten valores como la puntualidad, la información y la uniformidad".

Entre las experiencias gratas como profesional, recuerda a aquellos viajeros "que iban a hacer la compra a la Recova y, a la vuelta, me traían el desayuno; otros me regalaban fruta y me felicitaban por lo bien que conducía".

Los recuerdos más desagradables se relacionan con "las faltas de respeto y algunas amenazas por querer cumplir con las normas de la empresa". Como prejubilada, señala que ahora va a tener más tiempo para poder caminar y viajar.