Las cenizas y el calor del Tajogaite convirtieron la fajana en un desierto marino durante la erupción

Una nueva investigación, liderada por investigadores del IEO, muestra que esta combinación factores provocó una reducción abrupta del clorofila en el mar, lo que acabó con gran parte de los organismos

A la izquierda, profundidades del delta lávico del Tajogaite en 2021, a la derecha, delta lávico del San Juan (1949)

A la izquierda, profundidades del delta lávico del Tajogaite en 2021, a la derecha, delta lávico del San Juan (1949) / IEO-CSIC

Verónica Pavés

Verónica Pavés

El delta lávico que se formó debido a las lavas del Tajogaite provocó una reducción abrupta e inusitada de la producción de clorofila en los 2,5 kilómetros de costa en los que se expandió. El fitoplancton marino, principal precursor de la vida marina, dejó de recibir luz solar y se marchitó, provocando que esa pequeña porción de costa se convirtiera "en un escenario en blanco y negro". Casi tres años después, la zona no se ha recuperado del todo, pero ha vuelto a convertirse en un vergel de color. 

Es una de las principales conclusiones del estudio ‘Impactos del nuevo delta lávico en el ecosistema marino de La Palma’, publicado en Science of The Total Environment y liderado por investigadores del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC), en colaboración con el Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía y la Universidad de La Laguna (ULL). 

Pese a su baja concentración en gases, la aparición de este nuevo elemento a cientos de grados de temperatura en el océano supuso un abrupto cambio en esa porción de costa palmera. La zona marina que antes de la erupción tan solo se configuraba por una extensa planicie de arena, en  apenas unos días se convirtió en un acantilado de lava incandescente en proceso de enfriamiento. 

Los efectos se empezaron a notar desde el primer momento. El agua se volvió turbia, hasta 30 veces más de lo normal; la temperatura ascendió 2,3 grados por encima de lo habitual, y también se encontraron anomalías en los parámetros de salinidad, pH y oxígeno disuelto. 

Pero si algo llamó la atención de los investigadores fue la rápida disminución del clorofila en el agua. Durante los dos primeros días de entrada de la lava al mar, la clorofila disminuyó un 41% y cuando la erupción arreció, esta producción se redujo a menos de la mitad: un 69%. Esta situación provocó que allá donde  había lava en proceso de enfriamiento hubiera un desierto marino. "Tuvo grandes implicaciones en el ecosistema de la zona, ya que el fitoplancton son los productores primarios, la base de toda la red trófica", destaca Alba González, investigadora del Centro Oceanográfico de Canarias y la autora de este artículo. 

La fajana el día en el que la erupción de La Palma cumple tres semanas

La fajana el día en el que la erupción de La Palma cumple tres semanas / Europa Press

"Fue impactante", revela la científica. Lo fue porque en otros lugares del mundo el impacto  de fenómenos similares en el agua han sido muy distintos. En el caso de Hawái, que tiene una frecuente actividad volcánica, la llegada de la lava al mar ha sido más beneficiosa que mortal para el ecosistema. "Allí se ha visto el proceso contrario: una gran proliferación de fitoplancton", insiste la investigadora. 

Y es que el calor que emana de las fajanas que se crean en las islas del Pacífico promueve que se produzca un fenómeno conocido como upwelling o afloramiento. "La lava aporta una gran cantidad de calor al mar y estas aguas más calientes ascienden por una diferencia de densidades, siendo reemplazadas por aguas más profundas y más ricas en nutrientes", explica por su parte, el coordinador del estudio, Eugenio Fraile. Esos nutrientes sirven como alimento del fitoplancton y acaban generando una proliferación masiva de vida que ayuda a recuperar rápidamente el medio natural. 

Lluvia de cenizas

En La Palma, sin embargo, esto no sucedió y la razón está en la lluvia de cenizas. "Mientras en Hawái las erupciones son más tranquilas,  las canarias son más explosivas", indica Fraile. Este último es el motivo por el que el mar acumula una capa mucho más gruesa de hialoclastitas y cenizas, dos tipos de pequeñas rocas volcánicas que, en definitiva, actúan como pantalla que no permite pasar el sol hacia el océano. 

"Creemos que esta disminución del fitoplancton se debe a la falta de luz", afirma González, que recuerda que estos organismos "necesitan luz para poder hacer la fotosíntesis". En otras palabras, si no les llega ni un ápice de resplandor solar, no pueden crecer. 

Soldados de la UME vuelan drones en la fajana del volcán de Cumbre Vieja, en La Palma en 2021.

Soldados de la UME vuelan drones en la fajana del volcán de Cumbre Vieja, en La Palma en 2021. / UME

Esta situación provocó una reacción en cadena. Al desaparecer el producto primario de alimentación también lo hizo la vida pelágica (de la columna de agua) y la bentónica (que se encuentra ligada al fondo marino).

"Lo que veíamos a través del ROV era un escenario en blanco y negro; un fondo cubierto de lava solidificada y cenizas, aguas turbias sin apenas luz y ausencia de vida", rememora Fraile, que fue el coordinador de las dos campañas oceanográficas que acudieron a la zona entre septiembre y octubre de 2021, así como las que se han llevado a cabo después. 

La vida se recuperó en apenas tres meses, pero casi tres años después la zona está aún lejos de tener unas condiciones similares a las que tenía antes de la erupción. "Aún así cabe esperar una recuperación completa", insiste Fraile, que recuerda que la fajana del volcán de San Juan (1949) es ahora un vergel de vida. "Tenemos esperanza en la recuperación del ecosistema marino de La Palma". 

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