La sesión de ayer del juicio a S.D.G. por el asesinato del abuelo de su exnovia se dividió ayer en dos partes. En primer lugar intervinieron los guardias civiles y policías locales que lo detuvieron. Y después tuvieron lugar las declaraciones de familiares y vecinos del fallecido. La hija de la víctima dijo que "en la familia nos sentimos igual que mi padre: muertos". Señaló que han vivido "la peor película que se puede imaginar, mi hijo pequeño se despierta asustado, mi hija necesitó tratamiento psicológico porque se sentía culpable, piensa cosas raras y se autolesionaba, mis hermanos no han vuelto a entrar en casa...".

De hecho, aunque la mayoría de los familiares son carniceros, asegura que cuando ven "un hígado les dan ganas de vomitar al recordar cómo estaban los sesos de mi padre esparcidos por el suelo. Recibió tantos golpes y tan fuertes que días después encontré un diente en la habitación de mi hijo". La testigo calificó al acusado de "superposesivo, violento y todo lo peor que pueda tener una persona". La madre de la entonces menor dice que hizo lo posible para romper esta relación que mantenían desde la distancia, ya que el acusado vivía en Santander. Fue a partir de aquí cuando se produjo el acoso telefónico, la rotura del coche de la mujer y las amenazas. "Él quería a mi hija como fuera y, si no podía ser de él, no sería de nadie. Para hacerle daño nos atacó por la parte más débil de la familia; mi padre, que apenas se podía mover. Ya había advertido que nos iba a hacer sufrir por donde más nos dolía", señaló ayer. El presunto asesino sabía que la víctima paseaba por la mañana y llegaba al mediodía, donde estaba solo un par de horas.

El distanciamiento comenzó cuando el acusado empezó a controlar de forma obsesiva a la entonces menor y a insultarla por cualquier motivo, "aunque fuera por llevar un pantalón apretado", dijo la madre. Aseguró que cuando la relación se inició en 2013 su hija tenía 14 años y por ello nunca permitió que estuvieran solos.

También declaró ayer la joven, que ahora tiene 18 años, que comentó que el ahora acusado se interesó por la enfermedad de su abuelo y ella le explicó que había sufrido un ictus que casi le impedía hablar y moverse con normalidad. Negó que el joven estuviera obsesionado con el juego de internet y que su contenido fuera de extrema violencia. Decidió romper al comprobar que era excesivamente celoso y controlador e, incluso, le tuvo que dar sus contraseñas de teléfono e internet. "Nunca pensé que llegara a este punto. Cuando rompimos me dijo que se iba a suicidar, pero jamás nos amenazó con hacernos algo", dijo. En la actualidad persisten las secuelas de lo ocurrido; sufre de pesadillas, le cuesta dormir y siente pánico al pensar en la posibilidad de que el acusado se escape de la cárcel y le haga daño a ella o a su familia. El hermano fue la primera persona que se encontró el cadáver de su abuelo. El ataque fue de tal intensidad que no llegaba a reconocerlo. "Todo esto ha sido horrible para nosotros. No lo superaremos nunca. Mi hermana y mi madre se echan la culpa de lo ocurrido y yo todavía paso por la puerta con miedo porque me acuerdo de cómo encontré a mi abuelo".

Varias vecinas confirmaron que el día del crimen vieron al joven rondando por la calle desde las ocho de la mañana. Una de ellas le preguntó si le podía ayudar y él le dijo que esperaba a alguien. Otra fue testigo de cómo tocaba en la puerta de la casa y luego escuchó golpes muy fuertes dentro de la vivienda que atribuyó a que se realizaban obras. Luego vio cómo miraba por la ventana para salir sin que nadie lo viera.

Los agentes dijeron que, gracias a la identificación que hicieron del procesado, fue posible detenerlo cuando iba a tomar un avión a Barcelona. Les llamó la atención la tranquilidad que mostró en todo momento y les dio las claves de su teléfono de alta seguridad y el portátil que llevaba.

Las pruebas demostraron que en algunas prendas había restos de ADN de la víctima.

No fue a robar porque la víctima tenía 500 euros

Desde un principio, los agentes rechazaron que el móvil fuera el robo ya que el anciano tenía 500 euros en su bolsillo y un colgante de oro. "Todo indicaba que estábamos ante un crimen pasional", indicó un investigador. El acusado se derrumbó y dejó su habitual impasibilidad en el calabozo, donde confesó llorando que se sentía solo y que nadie lo quería".