La pregunta era obligada noventa minutos después de iniciar a primera hora de ayer un periplo desde los barrios al centro de Santa Cruz de Tenerife: "¿Donde están los niños?". La imagen de calles vacías u ocupadas por adultos corriendo y paseando en una tranquila mañana festiva se repitió en prácticamente todos los municipios de la isla. La extrañeza tiene su base en el pequeño (como ellos) detalle de que era Día de Reyes y los Magos de Oriente habían dejado los regalos durante la noche en los hogares tinerfeños.

Ni balones, ni bicicletas, ni juguetes... Ni niños. Desde Ofra, con paradas en Nuevo Obrero y Miramar, pasando por los parques de La Granja y García Sanabria o la avenida de Anaga.

Los juguetes "tecnológicos", que no invitan a salir de casa, los nuevos hábitos, el descenso de la natalidad o la inseguridad que transmite la calle para los padres... Razones hay muchas (incluidas las visitas obligadas a los abuelos), pero lo cierto es que visto lo visto parece cosa del pasado la ilusión con la que con el clarear del día se salía a enseñar y compartir los regalos.

En primer lugar, el vacío y como complemento, un silencio "que sonaba". Ni un grito de alegría al desenvolver los regalos, ni el sonido de los mixtos de una pistola que ya no se regala por bélica y políticamente incorrecta. Una mañana ideal para el guión de una película de terror después del pasar un hombre del saco que debió darse gusto.

Pero en el camino de ayer, en la avenida Marítima y a la altura de la Alameda del Duque de Santa Elena, a las diez en punto de la mañana, se hizo "el milagro".

Lucas, de cinco años, y su hermana Daniela, de nueve, aparecen en el horizonte con sus recién estrenados patinetes. Detrás, los padres, Goyo y María José. Cuentan con orgullo que, como les pasara a ellos en su infancia, "desde las cinco y media de la mañana ya estaban despiertos y nerviosos. Los Reyes les han dejado las patinetas y hemos salido a pasear". Son la excepción, auténticos "héroes" del 6 de enero. Lucas pregunta curioso quienes son los periodistas y sus progenitores se sorprenden de ser noticia. Argumentan: "Lo que no puede ser es que haya niños que estén en la calle hasta las dos de la mañana. Ya se sabe que hay que acostarse temprano".

Además de irse pronto a la cama, la tradición milenaria mandaba, como garantía para recibir los presentes, poner los zapatos en la puerta y algo de comida -para Sus Majestades- y de hierba -para los camellos-. Felices calcetines.