Sin perder el norte

Cuánta falta nos hace un Agustín de Betancourt

La muerte en San Petersburgo de uno de los tinerfeños más brillantes de la historia cumple 200 años

Escultura de Agustín de Betancourt en Puerto de la Cruz, donde nació.

Escultura de Agustín de Betancourt en Puerto de la Cruz, donde nació. / E. D.

Marta Casanova

Muy inteligentes no fuimos los españoles al dejar salir del país a una figura tan excepcional como Agustín de Betancourt. Nacido en el Puerto de la Cruz en 1758, precisamente el próximo 14 de julio conmemoramos el segundo centenario de su fallecimiento en San Petersburgo (Rusia). Merece la pena aprovechar la ocasión para recordar una ilustre figura de nuestra tierra que, me atrevo a decir, nunca ha sido lo suficientemente reconocida por estos lares.

Nacer en un territorio aislado en una época donde las oportunidades de progreso y desarrollo intelectual eran bastante complicadas no fue óbice para que este canario llegara a posicionarse como el primer ingeniero universal. El salto a la capital del reino se produjo gracias a un contexto familiar propicio para el estudio. Sus padres siempre se preocuparon por la formación de sus hijos y al pertenecer a una familia con recursos y cierto renombre social, pudo continuar con sus estudios e investigaciones. Su padre era Agustín de Betancourt y Castro, militar perteneciente a la Orden de Calatrava, y su madre, Leonor Molina y Briones, también aristócrata, se ocupó de su educación.

La pasada semana, en esta misma sección, hablábamos de su hermana María del Carmen, una de las primeras científicas españolas, que fue en cierta manera quien le incitó a inventar una máquina epicilíndrica para el hilado de la seda. Este acontecimiento que tuvo gran repercusión en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife fue el trampolín para marchar con veinte años a Madrid e ingresar, gracias a una ayuda del gobierno de Carlos III, en los Reales Estudios de San Isidro y en la Real Academia de San Fernando.

Allí desarrolló una carrera de éxito con importantes encargos para el conde de Floridablanca como la inspección del Canal Imperial de Aragón y el estudio de las minas de Almadén. En 1783 y ante la Corte Real elevó en la Casa de Campo, y por primera vez en España, un globo aerostático.

Un año más tarde viajó a París para ampliar sus estudios. Allí contacta con importantes personalidades y trabaja junto a su hermando José, que estudia los motones y poleas para navíos de guerra. Desde Francia se trasladó en 1788 a Inglaterra, donde realizaría actuaciones de espionaje industrial buscando los avances que había realizado en secreto Watt y Boulton con la máquina de vapor de doble efecto. De vuelta en París fue capaz de reproducir una de estas máquinas, vitales para la modernización de la economía, y publicó su Mémoire sur la force expansive de la vapeur de l’eau (1790). Concluidos sus trabajos regresa a España a mediados de 1791.

Cuánta falta nos hace un Agustín de Betancourt

Retrato de Agustín de Betancourt / E. D.

La instalación de un telégrafo óptico que comunicaba Madrid con Aranjuez fue otro de sus logros. Eran tantos sus estudios y descubrimientos que en 1792 se abrió en el Retiro madrileño el Real Gabinete de Máquinas, que reunía sus modelos industriales, planos y memorias. Además, su pericia en el dibujo le permitió ilustrar diversos libros científicos y la amplitud de sus conocimientos le llevó a ayudar a Malaspina en la preparación de su expedición alrededor del mundo.

A finales de siglo su colega Bartolomé Sureda y él enseñaron a Goya la técnica del grabado a la aguatinta, que habían aprendido en Inglaterra y que el pintor aplicó en sus Caprichos. Con el cambio de siglo se hizo cargo de la Inspección General de Caminos y Canales, ocupándose de la modernización de las vías de transporte españolas. En 1803 creó la Escuela de Caminos y Canales, para la mejora en la formación de los ingenieros civiles.

En esos años, el ingeniero canario realiza importantes obras, pero como ocurre en demasiadas ocasiones las relaciones personales a veces se anteponen al interés general y una serie de discrepancias con el ministro Godoy por un proyecto de corrección de las aguas del Genil, a su paso por Granada, decide dejar España. Pero ya con 50 años, cuando la tendencia actual nos lleva a considerar a las personas cada vez menos valiosas por el simple hecho de cumplir años, es cuando Agustín de Betancourt comienza en San Petersburgo su trayectoria profesional más valiosa como director general del Departamento de Vías de Comunicación por encargo del zar Alejandro I que lo nombra mariscal del Ejercito Imperial.

Betancourt se instala en Rusia en 1808 y permanece allí hasta su fallecimiento, en 1824. En esos años destaca por innumerables obras como la construcción de carreteras, puentes y canales. Muchos estudiosos de su trayectoria profesional consideran que en esa etapa prima sobre su formación de inventor y científico la de hombre de acción, urbanista y organizador de las comunicaciones e infraestructuras de este inmenso territorio. Allí construyó el primer puente de arco de siete vanos, denominado Kamennoostrovsky y la fundación del Instituto del Cuerpo de Vías de Comunicación, que se ha convertido en una de las instituciones educativas más autorizadas y prestigiosas de San Petersburgo.

Cuánta falta nos hace un Agustín de Betancourt

Exposición en Madrid sobre Agustín de Betancourt / E. D.

Pero los principales símbolos de la estancia de Betancourt en Rusia son la catedral de San Isaac y la columna de Alejandro, que es cuando el zar le encarga organizar el Comité de Construcciones y Obras Hidráulicas para la mejora de San Petersburgo. Según los planos del ingeniero español, se diseñaron andamios y mecanismos especiales para levantar columnas y monolitos, sin los que el arquitecto francés Auguste de Montferrand no habría podido finalizar estos dos monumentos que hoy en día determinan el aspecto arquitectónico de la ciudad.

En 1817 inició uno de los grandes proyectos de su vida, la creación de una nueva feria de Nizhni Nóvgorod, que incluía la sede central, edificios administrativos y comerciales, además de una iglesia. A su apertura en 1822 asistieron 200.000 personas. Tras retirarse en 1824, murió pocos meses después a los 66 años. Sus restos mortales descansan en el Lazarevskoye Alexander Nevsky en el Panteón Nacional de los Hombres Ilustres de Rusia, en San Petersburgo, junto a personalidades como Dostoievski y Tchaikovski.

En 2003 un grupo de canarios recorrió los principales lugares por donde vivió Agustín de Betancourt. En el sepulcro, rodeado por una verja donada por el ayuntamiento de Puerto de la Cruz, se descubrió una placa del Gobierno de Canarias y de la Casa de Canarias en Madrid. Ese mismo año, el entonces Príncipe Felipe descubrió un busto del célebre ingeniero en la Plaza que lleva su nombre. En ese acto, Felipe de Borbón aludía a sus orígenes canarios: «Sin duda, su origen canario y el talante abierto del Atlántico, de su Archipiélago natal, tuvieron una importante influencia en su vocación científica e investigadora…».

Pero en todo este periplo por España, Inglaterra, Francia y finalmente Rusia, ¿siguió en contacto con su familia de Tenerife? Gracias al libro de Juan Cullen Salazar La familia de Agustín de Betancourt y Molina. Correspondencia íntima podemos conocer aparte de su biografía y la de otros miembros de su familia, las cartas que se intercambiaban. Una de las más curiosas es la que escribe José, hermano de Agustín, a su padre en las que se adivina las misiones que realizaban por encargo del Gobierno español para obtener información sobre la máquina de vapor de doble efecto que acabó reinventando Agustín tan solo con verla: «Sobre los motivos de mi viaje aquí del cual voy a dar a usted una noticia exacta, la cual no he podido en Francia, porque en el correo principal abren muchas cartas y no debíamos jamás exponernos a morir en la Bastilla que es la pena que tiene el que le pillan en cosas concernientes a los secretos de Estado».

Cuánta falta nos hace un Agustín de Betancourt

Escultura dedicada a Agustín de Betancourt en San Petersburgo. / E. D.

También resulta ilustrativa la que detalla su llegada a Rusia y los motivos de abandonar España: «Desde que observé la enemistad que reinaba en España entre el Príncipe de Asturias y Godoy supe que debía haber una revolución en España y que en tal caso, era necesario para no perecer con mi familia buscar asilo en un reino extranjero…».

En muchas de esas cartas demuestra la añoranza de una tierra a la que nunca volvería y de la que recuerda, aparte de la familia, el vino de la tierra. Desde París escribe: «Aquí estoy comprando vino de Canarias y me cuesta 20 reales la botella».

El libro de Juan Cullen recoge un valioso legado del vínculo que hasta los últimos años de su vida unió a este gran hombre con su familia de Tenerife a la que siempre estuvo dispuesto a ayudar desde la lejanía como queda reflejado en las cartas. Una vez estudiada toda la trayectoria vital de un vecino tan ilustre que quizás muchas personas desconocían, yo me pregunto qué opinaría él del Valle y la Isla que dejó en 1778.

Desde luego que una ayuda tan cualificada no vendría nada mal para ofrece alguna respuesta a problemas tan enquistados como es por ejemplo el tráfico en la TF-5. Si dedicó gran parte de su trayectoria profesional a organizar las comunicaciones en Rusia imagino que esto sería peccata minuta. Lástima que no pueda presentarse a ese concurso de ideas que para ese tren colgante que plantea ahora el Cabildo, arrojaría bastante luz en este mundo de tinieblas en el que seguimos atascados.