NO ME TOCÓ A MÍ, aunque lo viví como si estuviera en el epicentro de una de esas barbaridades que uno no se llega a creer del todo hasta que siente un golpetazo seco en los bezos. Retrocedan hasta el 21 de diciembre de 2009. Un lunes oscuro como el carbón, gélido como el hielo e igual de caótico que una historia de los hermanos Marx. Volar a Madrid está más difícil que Tom Cruise se meta a fraile en la cuarta entrega de "Misión imposible". Tenerife Norte es un gran mural surrealista donde el espacio lo domina el desorden: cancelaciones por malas condiciones meteorológicas, retrasos por las aglomeraciones en las rotaciones y otras travesuras no oficiales que acaban hartando a los sufridos pasajeros. Imaginen que tienen que tomar un vuelo pasadas las siete de la mañana y que a la una de la tarde siguen sin facturar. ¡Aún no han leído lo peor!

Alrededor de las 14:30 horas le "empujan" literalmente hasta el asiento asignado en la aeronave y la espera se hace eterna. Tres horas y pico más tarde, el avión sigue en Los Rodeos y usted anclado en un sillón sin recibir ni una sola explicación. Bebés, personas mayores, clientes que tienen que hacer un ejercicio de autocontrol para superar la impresión de estar flotando entre las nubes... La cosa empeora. Ni un vaso de agua gratis les sirvieron a los sufridores. ¿Son personas o ganado (con respeto) en pleno hacinamiento?

A las siete menos algo, por fin, se produce el despegue. Ya únicamente le quedan más de dos horas y media de encierro aéreo. Me cuesta creer, y no quiero ser mal pensado, que haya seres humanos capaces de planificar este castigo. Por mucha sabiduría aeronáutica, idiomas, cursos en Radio Ecca... y toda esa vaina que algunos sólo usan para inflarse el pecho, no es normal que existan egoístas (en versión masculina y femenina) empeñados en fastidiar sus vacaciones un año sí y al otro también. Residiendo en un territorio tan fragmentado como el canario y visto lo visto, yo me pensaría seriamente ponerme en contacto con David Meca para recibir un curso acelerado de técnica de natación de larga distancia que por lo menos me permitiera dar unas brazadas desde el Parque Marítimo al Auditorio.