¿Es realmente el populismo el primer problema al que se enfrenta la Unión Europea, como aseguraba Fernando Clavijo ante los responsables del Partido Demócrata Europeo en Roma el pasado viernes? El sábado me aventuraba a responder que sí: el auge de los populismos es el problema más grave al que se enfrenta la Unión Europea desde el punto de vista de su propia estabilidad como club de naciones. Es su primer problema institucional, y el que más hace peligrar la continuidad de la propia Unión. Es el populismo representado por la xenofobia británica y el "brexit" el que ha asestado a la Unión el primer golpe importante a su propia estructura política, por más que al final, la parte más dura de ese golpe recaiga sobre los propios británicos. Si no se produce un cambio de gobierno en el Reino Unido, el populismo antieuropeo que representa hoy el gobierno de May supone para la Unión perder a uno de sus países más importantes desde el punto de vista de la población y el PIB. Un drama que, además, abre la puerta a una reacción en cadena: el populismo ultranacionalista de Le Pen -de haber ganado las elecciones en Francia- habría provocado probablemente la salida de Francia y la ruptura definitiva de la Unión. El populismo ultraderechista que hoy representa el Gobierno polaco y sus leyes sobre la Justicia, que pasa a convertirse en la práctica en un brazo del poder ejecutivo, suponen no solo un riesgo para las libertades en Polonia, también probablemente un cambio en las relaciones de la Unión y Polonia que -además de representar pérdidas de ayudas europeas por valor de cien mil millones de euros para el gigante eslavo- puede dar al traste con la Unión como un espacio político y jurídico común. Quizá sea mejor arbitrar sanciones a Polonia que mirar para otro lado mientras los nacionalistas en el Gobierno y los neonazis organicen marchas contra los inmigrantes por las calles de Varsovia. Pero el populismo es contagioso: el de los Gobiernos de Hungría ha roto también las reglas, y en Italia, el populismo de izquierdas que representa el movimiento Cinco Estrellas también aboga por deshacer la Unión. No está claro que en uno de los países más europeístas de Europa -España- los populismos de izquierda, instalados en la voluntad de romper el sistema por donde puedan hacerlo- apoyarían la pervivencia de la Unión? Y no hablemos del populismos nacionalistas catalán, de la Liga Norte, de los flamencos, algunos de ellos claramente ultraderechistas y xenófobos, cuando no filofascistas?.

Es cierto que Europa no ha resuelto la mayor parte de los problemas de desigualdad social y reparto de la riqueza. Pero en menos de cuarenta años Europa ha hecho por la convergencia entre sus ciudadanos y sus territorios más de lo que ninguna otra institución o proyecto histórico hiciera nunca. Han caído las fronteras para las personas y los productos europeos, millones de jóvenes se han movido por Europa con becas europeas, miles de millones de euros han circulado desde el Norte hacia el Sur y del Oeste hacia el Este en estos años iniciales del mayor experimento de integración supranacional jamás intentado en este planeta. ¿Europa supone un exceso de burocracia? Desde luego. ¿Ha creado nuevas élites políticas? Cierto. ¿Vive al margen del futuro? No: sus políticas en materia laboral, social, empresarial, económica, relativas al cambio climático y al reparto de la riqueza son las más progresistas y sensatas del planeta, su estrategia de defensa y seguridad es realista y sólo ha pinchado estrepitosamente frente al problema de los refugiados, optando por el camino miserable de convertir a los refugiados en inmigrantes económicos y tratándolos como tales. Esa es la gran vergüenza de Europa, una vergüenza a la que sucumbieron cobardemente los Estados -por cierto- porque el populismo, el nacionalismo y la xenofobia han seducido ya a una parte muy importante de sus ciudadanos.