Hace un mes, y desde esta misma tira, propuse que la modificación de las normas electorales canarias se realizara por la vía de crear una lista regional, atendiendo a que esa propuesta era la propuesta original de la mayor parte de las fuerzas políticas, la que se recoge como posibilidad viable en la propuesta de reforma del Estatuto actualmente en las Cortes, y la que desde Demócratas para el Cambio -la entidad que más ha peleado por la modificación de las normas actuales- se había defendido siempre. El hecho de considerar una estafa a los ciudadanos el sistema de reparto de restos entre los partidos, un compromiso absolutamente chapucero para que todos los partidos quedaran contentos, provocó que -desde el entorno de Demócratas para el Cambio- se me acusara -con todas las letras- de plantear un formato inviable para que la reforma no pudiera producirse, sirviendo así el interés de no sé qué amo. No dije ni pío, ni me molesté en replicar, porque siempre he pensado que quienes tenemos el privilegio profesional de cuestionar públicamente las opiniones, decisiones y actuaciones de los demás, debemos soportar con calma y estoicismo que se cuestionen las nuestras.

Ahora, con todos los grupos parlamentarios de la oposición -socialistas, grupo popular, Podemos y Nueva Canarias- apoyando de nuevo la lista regional, en un compromiso armado por iniciativa de Asier Antona, me pregunto si desde Demócratas por el Cambio -una asociación que a veces actúa como si fuera una marca blanca de Nueva Canarias, sin serlo- dirán lo mismo de quienes -Nueva Canarias ahora incluida- han cerrado este principio de acuerdo para recuperar el viejo proyecto de lista regional. Espero que no. Espero que consideren que por conseguir iniciar un cambio correcto de las normas electorales canarias -avanzar en una mayor proporcionalidad en el peso de los votos ciudadanos- merece la pena tragarse alguna tontería acalorada, fruto del exceso de pasión en medio de un debate difícil.

Porque la lista regional es la única forma de desatascar este embrollo que arrastramos desde el inicio de la Autonomía. Y puede ser, además, el detonante de un cambio importantísimo en la sociología electoral del Archipiélago: un cambio de mentalidad de los electores, y de los elegibles, que hará que exista una parte de la clase dirigente -al menos una parte- que se sienta cada día más regional y menos condicionada por lo insular. Ese es el camino para ir al único formato que permitiría que en Canarias todos los votos valgan exactamente igual, que es la existencia de una única circunscripción. Para llegar a eso, hace falta al menos una generación más, pero en el recorrido pueden producirse fórmulas intermedias, como la elección de 35 diputados por lista regional y otros 35 en listas insulares, 5 por cada isla, u otros compromisos entre la representación del territorio y la de los ciudadanos, que permitan en un futuro que todos los votantes de las Islas voten a los mismos candidatos.

Ahora, con todos los partidos de la oposición de acuerdo, falta que Coalición se retrate por una fórmula que ya consideró aceptable en la interrumpida negociación del Estatuto de Autonomía. Es imposible avanzar sin ceder. Coalición debe dar el paso de aceptar que éste que plantea la oposición es el mejor formato posible. Y también el único que puede prosperar. Y hoy por hoy, el más justo de los que se pueden plantear.