Un tuit publicado hace tres días por Dulce Xerach Pérez ha provocado una verdadera tormenta en el mundo político canario. La que fuera consejera de Cultura del Cabildo de Tenerife, y viceconsejera de Cultura del Gobierno, en ambos casos bajo la presidencia de Adán Martín, ha denunciado que un político aún en activo abusó sexualmente de ella en 1991, y a partir de ese momento la persiguió políticamente. Frente al hashtag de twitter #cuéntalo, la exviceconsejera creó otro denominado #no puedo contarlo, para explicar lo difícil que le resulta todavía hoy, 26 años después de sufrir abusos y con el delito -si lo hubiera- ya prescrito, dar el nombre de la persona que abusó de ella. La publicación del tuit provocó una ola de solidaridad en las redes sociales, y un debate que ha enfrentado dos posiciones, la de quienes creen que debe ofrecer el nombre y la de quienes -yo mismo- creemos que es muy libre de dar o no el nombre de quien abusó de ella.

En medio de ese debate, que se reproduce de forma clónica cada vez que una mujer denuncia abusos sin identificar al agresor, la magistrada Victoria Rosell publicó un tuit (posteriormente retirado) en el que -sin citar su nombre- identifica con claridad como autor de los abusos contra Dulce Xerach Pérez al que fuera presidente del Cabildo, Ricardo Melchior, hoy presidente de la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife. No está claro por qué la jueza decidió intervenir en este asunto facilitando la identificación de quien ella considera presunto abusador, pero la reacción de Melchior no se hizo esperar. A primeras horas de la mañana anunció que demandará a cualquiera que le vincule a los hechos, que calificó de "asquerosos". Asquerosos o no, se trata este de un asunto que solo ha empezado a caminar: al igual que ocurre también a la mayoría de los ciudadanos, los periodistas también conocemos casos de supuestos abusos sexuales en los ambientes en los que nos movemos. No se denuncian porque no hay pruebas o porque las afectadas no quieren hacerlo. Hoy mismo, la concejal de Igualdad de Valencia ha contado que ella misma, siendo estudiante, fue objeto de abusos por un profesor. Su familia prefirió no denunciarlos entonces (esa ha sido la norma durante décadas) y ella ocultó lo ocurrido en alguna parte de sus recuerdos. Probablemente habló ayer por los mismos motivos que Dulce Xerach se decidió a escribir su tuit. No se trata de iniciar una cacería, ni creo que esa sea la intención de nadie, pero es cierto que en el mundo político regional han actuado depredadores que usaron su poder para amedrentar y abusar sexualmente de mujeres, y (en algunos casos) de hombres. Quizá sea bueno que se rompa la omertá y quienes han sufrido esos comportamientos los denuncien, con nombres y apellidos (o no), para evitar la impunidad que ha sido la tónica general durante tanto tiempo.

En cuanto a Melchior, una magistrada lo ha señalado, y las redes le nombran. Es cierto que Melchior tuvo problemas con Dulce Xerach, a la que se enfrentó e impidió repetir en las listas al Cabildo. Por supuesto, las malas relaciones entre un presidente y su consejera de Cultura no tienen por qué tener un origen tan escabroso. En cualquier caso, si yo fuera Melchior y me supiera inocente, demandaría inmediatamente a Victoria Rosell -o a cualquier otro que me señalara-, en defensa de mi propia estima y mi buen nombre. Si se cita a Dulce Xerach como testigo en un juicio, ella tendría que decir la verdad. Melchior debe demandar.