El crecimiento ininterrumpido del mercado turístico en Canarias, durante los últimos años, ha dejado claro que el sector es y va a seguir siendo el principal motor de la economía isleña, y también su principal activo para esa recuperación que ya se siente en lo macroeconómico, pero no llega a muchísimas familias y personas. Eso tiene mucho que ver con las características peculiares del mercado laboral canario, en el que el turismo se manifiesta como una actividad en la que los puestos de trabajo más cualificados -los mejor retribuidos, por tanto- escapan a la influencia estacional y a la recurrente tendencia de utilizar la contratación temporal. Esos puestos son ocupados en mayor medida por gente de fuera de las Islas, con experiencia en el sector, dominio de idiomas y movilidad en las empresas, cada día más presentes en distintos territorios. Los puestos menos cualificados se pagan por debajo de los salarios medios, y son ocupados por trabajadores de aquí o gentes que también vienen de fuera, básicamente de Latinoamérica, Europa del este y Marruecos, y aceptan, sin crear problemas, salarios bajos.

Lo cierto es que el turismo ha creado en estos últimos cinco años de crecimiento constante decenas de miles de puestos de trabajo, pero no ha logrado reducir sustancialmente el desempleo, porque muchos de esos puestos de trabajo han sido ocupados por población recién incorporada a la actividad. Y eso no va a cambiar porque sí. Es difícil que lo que no ha ocurrido en el pasado reciente pueda empezar a ocurrir ahora: en 2017 llegaron a Canarias 16 millones de turistas, un millón más que el año anterior. Este año, sin embargo, es más que probable que se produzca un retroceso y que Canarias sea -junto a Baleares y la costa del Mediterráneo- una de las regiones donde más se perciba la desaceleración del sector.

Ocurre así por varias razones: la principal es que con 16 millones de visitantes, el destino ha tocado techo, es difícil abrir nuevos mercados y poder atenderlos. A eso se unen el aumento de los precios del petróleo, los efectos del "brexit" y una cierta confusión en el turismo de Reino Unido, además de la recuperación de los mercados competidores en el norte de África, en Turquía y Egipto. Por no hablar de la caída global del turismo con destino al resto de España, donde se sufren contingencias similares a las nuestras, convirtiendo el litoral Mediterráneo en otro competidor directo más de la oferta canaria. Se trata de problemas conocidos y previstos, que hay que asumir desde la consciencia de que es muy difícil actuar en origen. Pero sí es posible articular políticas y regulaciones que reduzcan los efectos del turismo sobre las infraestructuras, la convivencia y los servicios. Porque también hay que comenzar a prestar atención al creciente -y muy preocupante- rechazo social a la principal actividad económica de las Islas, a ese nihilismo de estos tiempos postcrisis, fruto de la percepción de que el turismo reparte mal la riqueza que crea, y también de la influencia negativa del alquiler vacacional en los precios de acceso a la vivienda, empezando por las propias zonas turísticas.

Hay cosas que pueden hacerse: una, de actualidad estos días a raíz de la propuesta de Carlos Alonso, partidario de un polémico impuesto a los coches de alquiler, es la fijación de nuevos impuestos o tasas al sector que ayuden a percibir que el dinero del turismo revierte en la sociedad y no va solo a los bolsillos de los hoteleros. Otra es seguir el ejemplo balear, donde -después de años de salarios congelados- se han logrado subidas significativas de las retribuciones, además de una mayor estabilidad contractual para los trabajadores. Reducir el impacto del alquiler vacacional, invertir en la renovación de infraestructuras y servicios, integrar más la agricultura local, el ocio y el comercio a la oferta turística, son medidas que contribuirán también a disipar el malestar. Y estimular todas las alternativas a la terciarización de la economía, porque el turismo es fundamental para las Islas, sin él, comeríamos piedras. Pero no puede ser la única opción de nuestra economía: Canarias no puede ser una suerte de Las Vegas en el Atlántico. No es eso lo que queremos.