El nuestro es un mundo en el que un personaje querido y admirado por miles de ciudadanos -Iker Casillas- puede soltar en twitter una patochada monumental e iniciar un debate público en el que intervenga hasta el ministro de Ciencia. La cosa es que Casillas estaba cenando con unos colegas y se pusieron a discutir sobre la Luna y salió la teoría del fraude: Casillas confiesa que él no cree que el hombre pisara jamás la Luna, y se montó una encuesta en twitter, que va a demostrarnos no si Casillas tiene razón o no, sino cuál es el porcentaje de conspiranoicos indocumentados que contestan a las encuestas de las redes sociales.

En fin: yo tenía once años cuando Neil Armstrong pisó la Luna en la noche del 20 al 21de julio de 1969. No teníamos aún televisión y además andaba con mi familia de vacaciones en la playa, y recuerdo que no pude ver en directo el alunizaje, porque en España eso ocurrió poco antes de las cuatro de la madrugada, y no era hora para que un niño estuviera en un bar. Abiertos todos para la ocasión, porque en aquella España de entonces la mayor parte de la gente veía la televisión en bares, tabernas, parroquias y tele-clubs.

Más de 500 millones de personas siguieron en directo a Armstrong y le vieron bajar por la escalerilla del módulo de aterrizaje del Apolo 11, y plantar su huella sobre el polvo lunar. Yo lo vi al día siguiente en diferido -con idéntica ilusión en aquel tiempo de información diferida-, y escuché a Jesús Hermida desde Houston citar la rimbombante frase: "Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad". Y compré con mi padre todos los especiales de la prensa y todas las revistas -la "Actualidad Española" publicó un maravilloso coleccionable en fascículos couché que aún conservo- y eran tantos los detalles técnicos, los mapas, los planos, tantas las fotografías, tan prolijas las explicaciones, tan entusiastas las entrevistas y declaraciones que nadie podía siquiera pensar en la posibilidad de un fraude. Todo lo contrario: la Humanidad entera que conoció al astronauta (o al menos la Humanidad entera que uno conocía, los amigos de vacaciones, mis padres y hermanos, mis primos, el tendero, el señor que alquilaba las sombrillas en la playa, la abuela, el cura y el camarero que nos servía en el bar, la Humanidad a ojos de un crío de once años), vivió el éxito de la NASA como un éxito de todos. Nadie pensó entonces en un fraude.

Casillas es un hombre joven y podrido de dinero, ajeno al mundo real, entretenido con falsos aterrizajes filmados por Kubrick, monarcas reptilianos y alienígenas destripados en secretas bases del desierto de Nevada. Casillas no sabe que es ahora, cuando tenemos acceso instantáneo y directo a todo lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia, cuando podemos escuchar explicaciones sobre todo lo que sucede a científicos, pensadores, especialistas o divulgadores, cuando los móviles inundan la web todos los días con miles de millones de fotos? que es ahora cuando el fraude y la mentira se adueñan fácilmente de nuestras creencias, recuerdos y sueños.

Pisamos la Luna, por supuesto que sí.

La nuestra fue una entera generación que creyó en el sueño de la Luna y también creyó que el gran paso de Armstrong sobre un cráter al Sur del Mar de la Tranquilidad, aquella huella de gigante, cambiaría nuestras vidas para siempre. Y ese fue el único y verdadero fraude que nos trajo la carrera espacial: hacernos sentir que conquistaríamos un universo inmenso, y descubrirnos -pocos años después- que todas las ilusiones depositadas en el mayor esfuerzo científico de la historia, perseguían tan solo ganarle el espacio a la propaganda soviética.