La hipocresía social se escribe con renglones húmedos y viscosos: los gobiernos proclaman su intención de acabar con las diferencias y construir un mundo de iguales en derechos desde la perspectiva de género, un mundo en el que estén penados los piropos, reguladas las fases de aproximación sexual, derrotada por ley la presunción de inocencia cuando se trate de abusos o violencia contra mujeres y cuestionada la independencia judicial cuando se dicte sentencias con las que nuestra moral discrepa. Avanzamos en dirección a ese mundo que defendemos como más justo e igualitario, asumiendo los errores, las contradicciones, incluso las posibles injusticias que puedan producirse en la búsqueda de una sociedad que derrote para siempre al patriarcado. Asumimos en silencio los absurdos de lo políticamente correcto, las exageraciones del lenguaje inclusivo, los desmanes de la intolerancia y la arbitrariedad estadística de las cuotas. Lo hacemos porque creemos en un mundo en el que las mujeres no puedan ser nunca más sometidas al deseo, la fuerza, la injusticia o la estupidez de los hombres, un mundo en el que vigilamos y perseguimos no solo los comportamientos o las actitudes, sino incluso las intenciones y los pensamientos.

Denunciamos a los medios por su publicidad sexista. Pero no decimos ni pío de los anuncios de contactos que no son tales, sino puro encubrimiento de trata de mujeres. Curiosa vara de medir la nuestra… Denunciamos que a un personaje conocido se le ha escapado en twitter una frase frívola u ofensiva contra una mujer. Pero guardamos en guasap centenares de bromas, memes y videos guarros, inofensivos o perversos, desde los que tratan a las rubias de idiotas, a los de alegres jovencitas pechugonas que nos felicitan la navidad disfrazadas de Papa Noel,sólo con su gorrito. La paja (sin segundas) en el ojo ajeno... Facebook censura los pezones de una venus clásica, no vaya a ser que alguien se ofenda. Pero en el mismo dispositivo que llenamos de pulgares, consumimos a diario pornografía en la que se viola sistemática y grupalmente -en manada- a mujeres que además lo agradecen alborozadas. Un momento, un momento… ¿Y quién dice usted que consume pornografía?

Son más de mil millones los jóvenes y no tan jóvenes -la inmensa mayoría hombres- que se entrenan cada día buscando en internetla palabra más buscada en todos los idiomas,para encontrar en las redes el catálogo íntegro de todos los abusos posibles. Se habla poco de eso, para no pecar de moralistas, retrógrados o liberticidas. Es curioso que hasta el feminismo calle. Es un asunto del subsuelo, una industria subterránea que camina pareja a la prostitución y que mueve billones, mientras por encima de esa nata agitamos banderas de guerra por el uso del masculino plural en una oración donde conviven hombres y mujeres.

La pornografía permanece fuera del debate público, olvidada por las religiones y otros enemigos de la exposición de piel humana. No soy un moralista, me repugnan el falso escándalo y la moral publicitada. Pero ocurre que esta brutalidad con mil millones de accesos y descargas al día, es la principal fuente en la que se abreva la educación sexual de los jóvenes varones, la que alimenta supercepción del deseo y el goce, la que representa las opciones del encuentro carnal. Una pornografía que nos ofrece un sexo irreal, destructivo, arrasador, inhumano, en el que la mujer sólo cuenta sometida y penetrada por todos sus orificios, y en todas las posturas. Una pornografía salvaje, probablemente delictiva, que alimenta la líbido de una generación desinstruída y voraz.

No estamos ante un asunto menor, es algo profundo y global que está cambiando los ritos del amor sexual en el mundo, y que contagia todo. ¿No es así? Si lo es. Sólo el titular de esta tira, multiplicará por cinco el número de sus visitas en la red. Valga eso de prueba…