Italia se ha cubierto de gloria: por primera vez en la historia, Bruselas rechazó el martes el presupuesto de uno de sus países miembros. El Gobierno de Giuseppe Conte se ha saltado sin ningún pudor los compromisos adquiridos con sus socios europeos: el proyecto de presupuesto italiano avala un techo de déficit situado en el 2,4 por ciento del PIB, frente a la instrucción de la Unión de sujetar el déficit en el 0,6 por ciento en 2019. En relación a la deuda pública Italia cerró sus cuentas el año pasado con compromisos de pago por valor de más del 130 por ciento del PIB; lo que supone que cada uno de los 61 millones de italianos debe unos 37.000 euros y paga los intereses más altos que se pagan hoy por deuda en toda Europa. Los recursos del presupuesto que Italia destina a pagar los intereses son equivalentes a lo que gasta en Educación: se trata de una situación insostenible que ya provocó la intervención europea y que podría llevar, si se mantiene, a la negativa de los mercados a seguir comprando obligaciones italianas, y a un crecimiento exponencial de la prima de riesgo, que dejaría a Italia exhausta en un par de meses.

No se trata de una novedad: un gobierno con mucho más respaldo que este exótico gobierno italiano tejido por la ultraizquierda asamblearia y la ultraderecha xenófoba, el Gobierno de Alexis Tsipras, una coalición de la izquierda radical griega, intentó desafiar a los mercados en una declaración de independencia que acabó como acabó, con miles de personas sin trabajo, reducciones de los salarios públicos del 40 por ciento y la rebaja de hasta un 30 por ciento de las jubilaciones y las pagas suplementarias, que el Gobierno izquierdista tuvo de acompañar de una brutal subida de impuestos. ¿A los ricos? ¿A los bancos? Para nada: se subió a todos los griegos el IVA al 24 por ciento y se establecieron nuevos impuestos a la gasolina, el tabaco y el café, así como un muy polémico impuesto inmobiliario, que provocó la quinta huelga general sufrida por el país en dos años. La megalomanía de quienes quieren cambiar el mundo desde los despachos la pagan siempre quienes sostienen el mundo desde los tajos y las oficinas. Hoy los griegos son mucho más pobres. Y han sufrido.

Italia no es Grecia, pero sus bancos son hoy los más débiles de la Unión, y sus gobernantes una pandilla de lunáticos xenófobos: Angelo Ciocca, eurodiputado de la Liga, reunió el martes a los periodistas para quitarse su zapato de fino cuero florentino delante de ellos y patear con él la propuesta de Bruselas sobre el presupuesto. No contento con su hazaña, calificó al comisario Económico -Pierre Moscovici- de "euroimbécil". Parecía el hombre entusiasmado con su propio talento para el circo y el exceso. Su jefe, Matteo Salvini, el mismo energúmeno que presume de contar inmigrantes muertos antes de llegar a las costas italianas, acusó a la Comisión de atacar al pueblo italiano, en una demostración palmaria de que el discurso del fascismo sigue teniendo recorrido.

El Gobierno italiano ya ha anunciado que no va a ceder. Seguirá endeudando a los hijos y los nietos de los actuales italianos, en una carrera hacia la nada. Dentro de unos meses, en Italia las cosas estarán mucho peor que ahora. Pero a quienes gobiernan sembrando el odio y la rabia eso les da exactamente igual. No hay nada como un buen desastre -una catástrofe económica o social, lo mismo da- para unir a los hijos de la patria ante el enemigo exterior. El gobierno de los ultras italianos se lo está trabajando.