Más allá del posible escupitajo de Jordi Salvador (ERC) a Josep Borrell (PSOE), del recorrido que tuvo entre los senadores populares el "whatsaap" de Cosidó o del constante intercambio de descalificativos entre Pedro Sánchez y Pablo Casado, una cosa no tiene vuelta de hoja: la sociedad está harta del gran circo político que se ha instalado en España. Tanta paciencia tenía un límite y la amenaza de un "superdomingo" electoral tiene todos los visos de ser la gota que colmaría el vaso.

El globo sonda lanzado esta misma semana por Ábalos (PSOE) no deja de ser un termómetro para medir afinidades y cabreos antes de que los andaluces decidan su futuro en las urnas. Este país ya se ha acostumbrado a vivir en un clima de precampaña permanente que está empezando a ganar las inestables tonalidades que históricamente han empaquetado a los gobiernos italianos: respirar la incertidumbre de no saber el peso real que tiene un voto -las legislaturas de cuatro año están en peligro de extinción- es una condena difícil de llevar, pero estábamos avisados. "No tenemos otro mundo al que poder mudarnos". La reflexión de García Márquez rebosa una actualidad que nos ha transformado en seres inmunes frente a las incontables joyas dialécticas dignas del mejor rufián. Nadie está dispuesto a parar este pim, pam, pum... ¡Fuego! Aunque les suene arriesgado y hasta rancio, más de uno/a querría oír, aunque solo fuera una vez más, esta breve alocución: "¡Se sienten, coño!" (Antonio Tejero, guardia civil).