Hay una pregunta escondida entre las páginas de Mujeres de ojos grandes (Ángela Mastretta) que se quedó grabada en mi memoria la primera vez que la leí. "¿Quién investiga tus ojos?". No hay nada más sincero que la mirada de una mujer: dulce como el primer cara a cara que nace entre una madre y su bebé; amarga como los ojos de una madre que se apagan para siempre. Lo más sencillo un 9 de marzo es almacenar renglones de la marea malva que ayer conquistó el mundo. Eso es lo más oportuno, pero lo recomendable es mantener con vida ese recuerdo los otros 364 días del año.

Hoy se hablará menos de la niña que la tierra devoró cuando extraía coltán en una mina sudafricana, de la adolescente que expone su cuerpo una y otra vez al servicio de los consumidores de sexo tierno, de las jóvenes que observan el lúgrube desfilar de las madrugadas trabajando en fábricas clandestinas, de las soldados que sortean balas en una guerra de la que no hablan en los telediarios, de las víctimas que padecen en silencio la violencia de género, de las señoras que desconocen qué comerán mañana sus hijos, de las trabajadoras que perciben la invisible loza de la discriminación laboral, de esa pequeña que el azar dejó huérfana el día que una riada arrancó de raíz el único hilo que la mantenía unida al ser que le trajo al mundo, de la joven engañada cuando todavía cree estar enamorada, de las chiquillas que contemplan este mundo con una mirada de mujer...