María Elvira Roca Barea inauguró anoche en el Real Casino de Santa Cruz de Tenerife una exposición sobre Martín Lutero y su mundo. No pude asistir a la inauguración por compromisos profesionales, pero tuve el privilegio de almorzar con ella y un par de amigos más, y de visitar la exposición que comisaría, con ella de cicerone. María Elvira, experta en cultura clásica y literatura medieval, y nuestra principal investigadora sobre la leyenda negra española, es la autora de ensayo de más éxito en la reciente edición española (ha vendido ya más de cien mil ejemplares de su extraordinaria Imperiofobia y leyenda negra, un sofisticado alegato contra las falsedades asumidas de nuestra historia patria). Y es también María Elvira una andaluza extrovertida y simpática, sin pelos en la lengua y una erudición que desparrama cada vez que abre la boca, sin la más mínima afectación. La conocí hace poco más de un año: por una invitación de un amigo común, me tocó participar en la Casa de Colón de Las Palmas en la presentación de su libro, que se ha convertido -junto al Sapiens de Harari- en el regalo que me obligo a hacer a todos mis amigos en cuanto tengo la oportunidad. Supongo que le caí bien cuando le confesé que he repartido su libro entre colegas, conocidos y alumnos, y que las tesis que defiende en Imperiofobia se han convertido en debate recurrente en mis clases en Periodismo. Me interesa de ella, más aún que su ingente trabajo de investigación e interpretación, su rechazo a cánones y a modas culturales, su constante desafío a lo políticamente correcto y -muy especialmente- su compromiso con los hechos. Por eso disfruté con su exposición sobre Lutero: en el imaginario protestante -en el de la cultura occidental de hoy, por tanto-, Lutero es el partero de la libertad, el padre del pensamiento crítico y del rechazo a los privilegios del Papado. En realidad, fue un agustino intransigente y resentido, un antisemita iracundo, y el responsable de la Guerra de los Campesinos que sembró con cien mil muertos las tierras de Alemania. Pero sobre todo fue el valedor ideológico del feudalismo señorial que se enfrentó al emperador Carlos, por tanto, el hombre que urdió la justificación moral para que los príncipes de Sajonia se adueñaran de los bienes y propiedades de más de un millón de católicos que abandonaron el país o se negaron a convertirse. Ayer, recorriendo con María Elvira su exposición sobre el mundo luterano, me sentí feliz de compartir una común interpretación del pasado, el asco ante cualquier forma de falsedad y populismo, y el rechazo al que me obliga a comulgar con ruedas de molino. Pero también tuve la percepción de que la Historia encierra la paradoja de no enseñarnos en verdad nada permanente, de dejar siempre al albur de cada generación y sus propias vivencias la interpretación del presente. Lean a María Elvira, visiten su exposición.