Un grupo de jóvenes, entusiastas, patrióticos jabalíes, intentó impedir en la Universidad Autónoma de Barcelona un acto en el que participaría, entre otros, Cayetana Álvarez de Toledo, cabeza de lista del Partido Popular por la provincia barcelonesa para las elecciones generales del próximo día 28. La reacción ante esta adolescente fascistada que más me gustó, sinceramente, fue la de Hugo Martínez, errejonista de corazón, quien rechazó que se impidiera hablar a Álvarez de Toledo, pero acto seguido precisó que además de estar feo, esta brutalidad le daba a "una farsante política e intelectual la estatura de una heroína de la libertad". Me encanta. Lo del señor Martínez representa tan quintaesenciadamente la sensibilidad moral del podemita de manual. Oye, por supuesto que tienes derecho a hablar y exponer tus ideas, y te lo voy a reconocer dignamente, pero sin desaprovechar la ocasión de vejarte. El moderado precio para merecer mi munificencia democrática consiste en insultarte.

Que la señora Álvarez de Toledo se haya doctorado en Historia en Oxford con una tesis dirigida por John Elliot es absolutamente irrelevante a la hora de considerar su valía intelectual para gente como Hugo Martínez. Yo he escuchado a maestros de escuela y auxiliares administrativos de izquierdas que un doctorado en Oxford se lo dan a cualquiera, y la prueba es, precisamente, que Cayetana Álvarez de Toledo tenga uno, lo cual también es un argumento fascinante: si eres tú quién tienes un doctorado en una prestigiosa universidad extranjera es que tal título no vale nada. El título vale según quien lo tenga. Recuerdo a un empresario tinerfeño -podrido en pasta- proclamar que Pablo Echenique, cuya tesis doctoral fue calificada con sobresaliente cum laude, era poco menos que un zarrapastroso analfabeto.

Cayetana Álvarez de Toledo es una anomalía en el PP e intuyo que quien mejor lo sabe es ella. Entre otras razones, esa relativa ajenidad explica el escaso desarrollo de su carrera política, interrumpida por voluntad propia en los prolegómenos del marianismo, como explica, quizás, haber aceptado con entusiasmo la primera oportunidad real de protagonismo que se le concede desde la cúpula de su partido. Por fin saber leer y escribir en varios idiomas no se castiga, o si se prefiere, se le disculpa. Sabe que su partido no es una fuerza política auténticamente liberal, como Ángel Gabilondo sabe que el PSOE ha perdido su identidad socialdemócrata y, como todos los partidos socialistas europeos, vaga perplejo por el desierto ideológico de lo real. El PP no es un partido liberal, ilustrado, racional, dialogante, acérrimo defensor de la libertad política y de la ciudadanía. No lo es ninguno, ciertamente. Pero toda su inteligencia, intuitiva y bien articulada a la vez, no le basta para adivinar que de nuevo la hibernará, sin mayores contemplaciones, cuando se consuma la catástrofe electoral del PP en Cataluña. No lo lamento. Álvarez de Toledo tomará entonces una sabia determinación. Abandonará los horrores de la política y terminará de convertirse en la brillante ensayista y gran periodista política que se vislumbra en sus textos. Es una mujer que aún debe empaparse de cinismo para dedicarse a aquello con lo que mejor puede contribuir a la defensa de un lúcido y exigente ideal liberal en España: no hablar más con Aznar y ponerse a escribir.