Opinión | Risas y fiestas

Vidas complejas

Vidas complejas

Vidas complejas

El pasado 9 de mayo, llegó a las librerías ‘El celo’ de Sabina Urraca, publicado con Alfaguara. ‘El celo’ es una novela bellísima, lírica, serpenteante, sobre una humana (la Humana) y una perra (la Perra) que se encuentran en una fiesta y, desde entonces, conviven en una especie de huida de la domesticación mutua. Mi primera gran tentación es la de resumir ‘El celo’ en temas: la animalidad, la corporalidad, la violencia machista, la adicción, la memoria… Sé, sin embargo, que esta autora suele señalar algo que parece muy obvio pero es muy difícil de pensar, de entender incluso muchas veces: la historia de ‘El celo’ no es la historia de las mujeres, sino la de su protagonista, la Humana, que es una mujer. No es la historia de las perras, sino la de la Perra, que es una perra.

Esto es muy interesante, creo. Tendemos a acostarnos delante de los libros poniéndolos en la cara pensando que nos van a reflejar exactamente nuestros ojos y qué bien. Que vamos a caber en los moldes de las protagonistas, construidas ellas para que nuestras propias vidas se vuelvan subtexto y nos encandilen con esa complacencia. De ahí, sacamos los temas: esta novela que habla sobre un personaje que sufre este tipo de violencia recoge todas las experiencias de las personas reales que sufren este tipo de violencia, es el argumento, la explicación absoluta, debe responder al arquetipo (y contribuir a construir el arquetipo) de esa experiencia y lo miraré todo con lupa. Lo que viene a decirnos Sabina Urraca, y esto gotea de muchas maneras de las páginas de ‘El celo’, es que la literatura se mueve en las mismas complejidades que la vida, debe intentar moverse en ellas para no ser un ejercicio reduccionista y suscrito a cuestiones que poco tienen que ver, de hecho, con la literatura en sí. Cuestiones, pienso yo, para las que la literatura sirve, pero que, si están demasiado presentes en la escritura, se pierden y lo embarran todo.

‘El celo’ es la historia de la Humana. La Humana tiene treinta y dos años. Se alimenta de cosas rarísimas que me apetecieron absolutamente al leer, como arroz con nocilla o tortilla francesa de cereales de los amarillitos de Kellogg’s. Consulta foros para no tener que preguntar, pronunciar, ciertas cosas. Huye de una maldición que siente que la persigue, que le vuelve el cuerpo dolorido y, siente ella, fos. Para conseguir más ansiolíticos, tiene que acudir a una terapia de grupo de mujeres que han pasado, pasan, por situaciones de violencia machista. La Humana no habla sobre su maltratador, y poco a poco vamos asistiendo a la complejidad y la especificidad de ese silencio. ‘El celo’ es la historia de la Humana, que pasa así y así y así, y las historias que se cruzan con la historia de la Humana (la de Mecha, la de la Vieja, la de Wendy, la de la Abuela, tantas otras) son las historias de esos personajes. En el cruce hay algo, algo importante. Pero ese algo no es un resumen burdo-etiqueta-identificación total-nos comportamos así y así porque así es ser víctima y contar es buscar construir un guion que facilite. No.

El cruce, creo yo, es más bien la raíz común, la tierrita común, de las historias que luego se complejizan e impactan en cada vida, que muerden cada vida. Entender que la violencia machista es estructural no implica que exista una manera única de hablar sobre ella, de vivirla, de responder, no implica que el arquetipo deba ser más fuerte que las historias. Precisamente, como decía antes, esto gotea de las páginas de ‘El celo’: nos desprotege esa idea monolítica de la violencia, los abusadores no suelen parecerse a la idea ficcionalizada del abusador y es muy complicado entenderse en esa estructura. Porque las vidas no son como la ficción: tan propensa, la ficción, a desprenderse de los temas y construirse a partir de ellos y ser su representación obvia. Las vidas deben hacer lo contrario, agarrar un remolino con el que no se identifica nadie, un sudor pegajoso que da vergüenza y no se cuenta, y encajarlo en un tema. Que nos parece. Que no.

‘El celo’, entre otras muchísimas cosas, y sin que ese sea su cometido principal, nos dice: tu silencio a veces sí te protegerá, es probable que suceda y la falsa protección de ciertas consignas fáciles te puede hundir en un barro. Tu silencio a veces sí te protegerá, porque es posible que sea muy difícil, y peligroso, permitirte hablar.

No es tarea de la literatura ocuparse de las vidas, precisamente porque sí lo hace. Pero, si intentamos que así sea, la escritura resume. Simplifica. Es mejor dejarse escribir historias tan complejas, profundas y confusas como las vidas. Así viviremos mejor. De paso, y siéndolo eso todo.

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