Opinión | Risas y fiestas

Para todo el mundo

Para todo el mundo

Para todo el mundo / El Día

¿Puede un libro, una película, lo que sea, ser para todo el mundo? No hablo de códigos secretos, o clasistas, que pretenden alejar a la gente «para la que no es» a través del no entender. No, hablo de la apelación. La piel tocada por algo que encaja con nosotras. Hablo de meternos en algo y comprenderlo con la sensibilidad, que nos impacte en algún lugar enrojecido o que simplemente sea «nuestro rollo». Cuando creamos algo, las críticas nos hacen sentir muy vulnerables, casi como si nos escupieran entre el pelo. Sin embargo, me pregunto: ¿no es una liberación saber que no tenemos por qué hacer las cosas para todas?

Es decir (porque esto tiene muchos matices), crear algo es como entrar en una fiesta y buscar instintivamente a aquellas chicas que son más o menos como tú y, por lo tanto, te acogerán y te darán bebida. O, más allá de eso, es buscar la mirada que te entienda, sea más o menos como la tuya o no, la mirada dispuesta a abrirse a lo que tienes que contar y dejarlo caer en su concepción de la vida. Leer también es así, ¿no? Buscamos voces a las que nos apetezca escuchar, a las que nos apetezca dedicarles ese tiempo de estar botadas en el sillón tranquilas, a las que podemos darles permiso para que nos muevan por dentro y nos muestren paisajes desconocidos (o conocidos, pero no hace falta). De nuevo, me pregunto: ¿y si en la fiesta intentáramos hablar con intimidad con todo el mundo?

Pues quizá saldríamos de allí asqueadas con la intimidad, pensando que no existe o que es una cuestión de suerte que se da en muy pocas ocasiones. Quizá saldríamos sintiéndonos incapaces de ella, o adaptando nuestras palabras para que se adapten a su vez a cualquier palabra adaptada para las nuestras. Saldríamos, quizá, eliminando de nosotras cualquier veta de personalidad, porque por desgracia ser significa tomar partido, y no es necesariamente que las cosas que gustan a todo el mundo tengan que ser planas. Es más bien, creo, que el miedo de no gustar, de no caer en gracia, nos deja en un no ser por precaución.

Creo que gran parte de la libertad creativa, y también lectora, reside justo en entender esto. La fiesta es más divertida si acabas con el grupo con el que resulta que te lo pasas bien. Tendrás más significado para esas chicas alocadas tuyas. Y de la timidez se sale justo un poco así, creo: cuidando con quién te sueltas porque no todos los sitios son propicios para soltarte. Volcando la energía en quien nos entiende, nos entendemos mejor. No sé si escribiendo sucede exactamente lo mismo, pero he aprendido que una crítica entusiasta es valiosísima, y una negativa también puede serlo, claro, y lo es más si la miramos desde este balconcito: quizá, como dice una amiga mía, atentar contra la idea de literatura de alguien es algo bueno.

Quizá botarle a alguien un lenguaje incómodo, que no le pertenece, o una historia incómoda, que no le apela ni le interesa, es solo una consecuencia de que en el mundo existan sensibilidades tan distintas, vivencias tan distintas, y de que exista una norma que cree englobarlas todas pero no. Quizá entender que la literatura es plástica, maleable y no sagrada nos pueda llevar a comprender un poco mejor a las otras, y quizá saber que puede que no nos entiendan, que puede que sea más útil y más importante estar para quienes nos necesitan y disfrutan sin miramientos ni fos, nos pueda hacer la vida más fácil. Sobre todo creo que ayuda pensar que no depende de nosotras. Que estaremos si quieren mirarnos, pero no lo necesitamos, por ahora. Nuestro grupito de la fiesta grita y se eschaveta solo.

Las relaciones que tenemos con los libros son tan personales, íntimas. Me impresiona cómo algo que lee tanta gente, seguramente incluso a la vez, puede sentirse como un susurro que nos soplan en la oreja solo a nosotras. Y nosotras, no sé, somos tan complejas, estamos hechas de tantas cuestiones entongaditas que cuesta tanto ir conociendo. Creo que mi nuevo consejo favorito para la lectura y la escritura tiene mucho que ver con esto: primero, lee como si lo que lees fuera solo para ti, establece esa relación y quédatelo, y si no te sale busca otra cosa, pues ese libro no te necesita y quizá en otro momento sí lo hará. Segundo, escribe para una destinataria que te acoja, no para una que te juzgue. Las dos existen. Pero qué tostón la parte que te aburre de la fiesta, y qué burbujeo tan interesante hay por allí, y arrástrate sutilmente como quien no quiere la cosa y verás que el hola es correspondido.

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