Opinión | Sangre de drago

El arte efímero

Alfombras del Corpus en La Laguna

Alfombras del Corpus en La Laguna / María Pisaca

¿Para qué se esforzaban los escultores tallando con mimo y delicadeza una piedra que iba a estar en uno de los pináculos de una catedral gótica a más de ochenta metros de altura donde el ojo humano no alcanza a ver detalle alguno? O por el gozo interior de saberse autor de un trabajo bien hecho o/y para la gloria de Dios, que sí lo verá porque lo ve todo. ¿Por qué el esmero y cuidado creativo por elaborar unas alfombras de flores y marmolina de colores cuando no estarán a la visa de los viandantes ni tan siquiera veinticuatro horas? Tal vez por los mismos motivos que movían al escultor. Para la gloria de quien todo lo ve y pasa por allí.

El arte efímero no esconde detrás de sí viruta alguna de autocomplacencia. No deja huellas en los libros de historia del arte ni afama el nombre de su autor. Es una verdadera ofrenda de generosidad debido a la belleza y nada más. ¡Cómo recuerdo aquellas frases del gran y bueno Iguacen Borau!: “Qué belleza se esconde detrás de una flor silvestre en un valle a la que nadie ve en particular, pero que esconde su belleza en la globalidad de la belleza del todo”. Pues algo así ocurre en la experiencia humana de la creatividad efímera y en una belleza que, como una flor de tejado, a la tarde ya está seca.

Las alfombras encallejadas estos días pasados con ocasión de la Solemnidad del Corpus Christi nos ofrecen esta experiencia humana radical y concreta. Hacer algo hermoso para que al pasar la procesión desaparezca definitivamente. Hacer para que deje de ser. Ser en tanto que tiene como futuro dejar de ser. Y en ese límite esconder toda su belleza. Belleza que perdura en su finitud absoluta. Hay un atractivo inherente a lo caduco y efímero, tal vez porque nos representa.

¿Qué quedará de nosotros cuando la muerte se nos presente? ¿Qué perdurará de nuestros esfuerzos y trabajos? ¿Para qué hacer bueno lo que hacemos cuando el tiempo arrastrará todo bajo sus inalterables pisadas? Por el mismo motivo: por la generosa creatividad que se desborda y nos define, para la gloria de la eterna belleza. “Quien se busca a sí mismo en esta vida, se perderá; quien se pierde a sí mismo, se encontrará” (Jn 12, 24-26). Increíble frase que nos regala la visión trascendida de lo que es vivir la vida con arte efímero.

Hay una llamada cargada de infinito en la realidad de nuestros deseos. Al toque de la campana de nuestros pequeños placeres se despierta la escondida verdad de que estamos hechos para ser amados y que no nos contentamos con menos que con todo. Y vivimos detrás de búsquedas de belleza y de bien, de búsqueda de verdad. Y nuestra lucha es tan efímera como es grande su anhelo. Si podemos hacer una catedral, que sea la mejor; si sembrar un jardín, que sea el más hermoso; si un poema, el más sonoro y real… A todos nos asquea lo mediocre, aunque lo hagamos. Por efímera que sea nuestra vida, queremos que sea infinita y plena. No nos contenta otra cosa.

Ayer, las calles de La Laguna, de Santa Cruz, de Icod de los Vinos o de Güimar, eran un grito efímero de la grandeza que lleva la humanidad debajo de su piel vulnerable y caduca. Para la gloria de Dios. Por un trabajo bien hecho. Porque lo feo, lo malo o la mentira no encajan en nuestro deseo mayor. Estamos hechos para otra cosa, aunque sea efímera.