Opinión | Sangre de drago

«Marco estragégico»

Juan Rognoni, director de Cáritas en la provincia; el obispo de la Diócesis Nivariense, Bernardo Álvarez, y el secretario general de la entidad, Ricardo Iglesias. | | A.JIMÉNEZ

Juan Rognoni, director de Cáritas en la provincia; el obispo de la Diócesis Nivariense, Bernardo Álvarez, y el secretario general de la entidad, Ricardo Iglesias. | | A.JIMÉNEZ

Para no improvisar y que cada uno haga lo que se le ocurre en cualquier momento, es importante tener un “marco” desde el que se planteen las acciones concretas, que nos ayude a alcanzar un objetivo común. Para eso sirve la elaboración de un marco estratégico. Es como habilitar un formato concreto y operativo de funcionamiento para tener la certeza de que no improvisamos y que nuestro esfuerzo competencial responde a objetivos generales que dan sentido a lo que somos como institución. Cáritas Española ha aprobado un marco estratégico conforme al cual hemos de ir elaborando los planes estratégicos de cada una de las Cáritas diocesanas. Definir los objetivos generales es importante e iluminan el camino a recorrer.

Pero un marco estratégico no es limitativo, no son barandas que imposibiliten responder a situaciones concretas y extraordinarias. No es una cárcel para la creatividad. No es, ni puede serlo. Porque la realidad es anterior y más importante que la idea. Y quien manda es la realidad concreta en la que estamos instalados y que, aunque nos supongamos sordos, grita alto y señala direcciones especiales y necesidades reales a la que responder. Un marco está en el centro de nuestra operatividad, y es muy adecuado tenerlo, pero la realidad es periférica y dinámica y muchas veces no cabe entre los marcos teóricos e ideales. Ocurre como con cualquier programación didáctica: es un marco ideal y programático que, cuando aparecen los rostros del alumnado y sus necesidades específicas, contemplamos cómo se dilatan los bordes en que se enmarca. Porque la realidad es siempre la que ordena y a la que hemos de obedecer. La realidad es anterior en el orden de la aplicación, aunque en el orden programático lo sean los objetivos estratégicos enmarcables.

Los planes se concretan en protocolos, y estos son objeto final de concreción financiera. Pero la realidad no tiene despacho, ni es capaz de adaptarse a los protocolos; se sale de los marcos, porque nada hay tan plural y dinámico como la realidad concreta de la vida. Si fuera tan fácil aplicar los planes no serían necesarios los jueces para aplicar la norma al caso concreto. Las leyes, así nos enseñaron, tiene vocación universal; la sentencia es su aplicación a la concreta realidad. No cabe la realidad en un código. Por eso, incluso a nivel personal, necesitamos educar la conciencia para aprender a valorar nuestro compromiso ético y moral en las concretas circunstancias en las que la vida se da. Y esto no es caer en la superficialidad de una moral de actitudes, porque el acto concreto es también real. Pero lo real es excesivamente plural como para aplicar, sin más, la norma a la realidad.

El Google Maps nos suele decir cuánto se tarda en coche de un punto a otro de la geografía: nos da un marco estratégico. Pero la densidad de la circulación, la situación del vehículo y el estado de ánimo de conductor, quedan fuera de su plan de viaje estratégico. Al final puede resultar que llegamos inesperadamente con rapidez, o se nos alargó el viaje de una manera exagerada. Ya decía mi abuelo que solo se sabe cuándo se sale, no cuando se llega.

En economía, educación, acción política o, incluso en la pastoral, tener proyectos y programas es importante. Pero cuando el protocolo ahoga la realidad, hemos entrado en una deriva inhumana de la sociedad y hemos entrado en una zona peligrosa de la cultura.