Opinión

El arte y literatura sobrevivirán a la IA

No podemos eludir que la IA va a usarse cada vez más. Es evidente, por tanto, la necesidad de poner límites.

La IA generativa ha provocado una crisis en la disciplina informática.

La IA generativa ha provocado una crisis en la disciplina informática. / Generador de imágenes de la IA de BING para T21/Prensa Ibérica, desarrollada con tecnología de DALL·E.

Una amiga me dijo una vez que hay textos que nadie ha escrito y nadie va a leer. La frustración del cometido intrínseco de las palabras. Joanna Maciejewska escribió: «Quiero que la IA haga mis lavadoras y limpie los platos para que yo pueda hacer arte y escribir, no que la IA haga mi arte y escriba para que yo ponga la lavadora y limpie los platos».

Subí esa cita de Maciejewska a mis redes sociales. Por esas fechas, Meta acababa de anunciar que entrenaría a su IA con las publicaciones de sus usuarios. Respondió uno de mis contactos, riendo. A una realidad que me parece profundamente hiriente, su respuesta fue la risa. Aunque en esa frase no había nada de chiste, pero sí mucho de incertidumbre.

Reír es una forma de aliviar el estrés. Por eso hay gente que se ríe con las desgracias (como mi amiga, que ríe por no llorar, y llora cuando ríe, y ríe cuando llora) y gente que prefiere ahogar sus males diarios viendo comedias. Por eso, también, decimos que reímos por no llorar. El caso de mi contacto, sin embargo, era distinto. Reía, genuinamente, porque pensaba que eso era humor. Porque le dio risa imaginar que la IA nos ayude en lugar de darnos motivos para crear nuevas leyes que protejan nuestro trabajo. En su casa, una Alexa y cámaras de vigilancia se activan con el movimiento. La alarma se enciende, comprueba el móvil (¡que nos roban!) pero solo era el gato, caminando entre el sofá y el suelo.

Saltó en 2022 la noticia de que una obra creada con IA ganó un concurso de arte digital. Poco después, la comunidad internauta (sobre todo de Twitter) se indignó en avalancha. El ganador humano fue Jason Allen, la persona que dio pautas a la IA durante «muchas semanas» para generar «cientos de imágenes» entre las que resultó la premiada, que retocó usando dos programas de edición antes de presentar a concurso.

Este caso puede parecer una escala de grises: el ganador empleó su tiempo e ideas propias para conjugar las pautas, pero no dibujó con su propio puño; no infringió ninguna norma, pero se intuye un desnivel con el resto de participantes. La cuestión es que esa imagen fue creada en base a datos obtenidos del trabajo de otros artistas, a menudo sin su consentimiento. Además, si no estaba permitido usar IA en el concurso, es porque hace dos años no había tanto conocimiento y concienciación sobre ella. Pero, por lo menos, bastaría con introducir la prohibición en las bases de años siguientes.

Hay otros casos que no son tan grises. La huelga de guionistas del año pasado logró un acuerdo para regular el uso de la IA tras meses de parón, si bien los inicios se auguraron muchos menos favorables. Así lo explicó el cómico y escritor Josh Gondelman: «Llegamos a la mesa y dijimos: los guiones están escritos por escritores y los escritores son personas, y respondieron con la propuesta distópica de bueno, ¿qué pasaría si no lo fuesen?».

La lucha de los guionistas y escritores se aplica a muchos otros sectores. Por ejemplo, la empresa de videojuegos Ubisoft anunció en 2023 que usará IA para escribir los diálogos de los NPC (personajes no jugadores). Incluso actores o dobladores podrían ser sustituidos para abaratar costes. El producto no sería igual de bueno, pero ¿importará eso a las empresas productoras, siempre y cuando sigan recibiendo ingresos?

La demanda de traductores está cayendo con el uso de programas basados en algoritmos. Son muy útiles para ahorrar dinero o para el lenguaje técnico, pero hay sectores donde introducirlos sería un error. Traducir un libro viene a ser como crear uno nuevo, porque cada idioma tiene unos significados muy concretos que no siempre son iguales en otras lenguas. Uno de los muchos ejemplos está en la premio Nobel de Literatura Annie Ernaux, quien quiso que toda su obra sea traducida al español por Lydia Vázquez. Su complicidad y comprensión va más allá de lo textual, permitiendo que las traducciones tengan la verdadera esencia de los originales.

Traducir a Ernaux, y así lo expresa Vázquez, no es sencillo. Su amplia carga de significados, los juegos de palabras, los regionalismos o el lenguaje infantil no tienen una traducción exacta. Buscar equivalentes en otro idioma, sin eliminar todo lo que emana de cada palabra, es algo para lo que una máquina no está preparada. Los algoritmos mejoran a pasos agigantados, pero ¿lograrán captar esas sutilezas, esos juegos? Probablemente no.

A pesar de todo esto, y mucho más que dejo en el aire, no me declaro enemiga de la IA. Sí reivindico que se regule. Para ello, primero hay que tener un profundo debate sobre qué se espera de la IA, qué queremos que sea, para qué ha de servir. Ha avanzado a un ritmo tan acelerado que, antes de que nos acostumbremos, los niños ya la usan para hacer la tarea y crear imágenes falsas de sus compañeras desnudas.

No podemos eludir que la IA va a usarse cada vez más. Es evidente, por tanto, la necesidad de poner límites. Puede ser una gran aliada para buscar inspiración, agilizar tareas tediosas, investigar o buscar fuentes de información -que no información per se-, pero hay muchas otras cosas que no puede, o no debe, sustituir.

No creo que, a la larga, la IA se apropie de todos los trabajos creativos. Primero, porque los artistas no lo permitirán. Segundo, porque la IA es una herramienta, no una creadora. Tercero, porque siempre habrá necesidad, una pulsión por crear arte y literatura. Podría hacerse con IA, claro, pero sería como ir cada día a un restaurante de comida rápida. La originalidad de la visión humana no es reemplazable. Por muy sofisticadas que sean las máquinas, solo son capaces de crear en base a lo creado, a las pautas que introduce el ser humano. La IA nunca sabrá lo que es tener un cuerpo. Vivir, respirar, sentir, sufrir.

Dice Manuel Vicent que la utilidad de la literatura radica precisamente en que, pese a ser inútil, nunca ha desaparecido. En esa línea, Georges Bataille explicaba que la literatura no debe aspirar a ser útil, sino a la libertad y a la expresión de lo humano. De lo contrario, en palabras de Terry Eagleton, se perdería una función vital de la literatura: no tener función. Medir el arte en base a su utilidad vuelve a caer en una retórica capitalista; la misma que busca reemplazar el arte para hacerlo más barato.

Por ahora, Meta retrasa sus intenciones en Europa debido a las demandas que ha recibido. La IA sigue generando despidos, aunque no monopoliza ningún sector. Algunos expertos abren la vía a usarla para restaurar obras de arte que estén dañadas o se hayan perdido. Se auguran escritores-robot que redacten rápido noticias básicas, permitiendo a los periodistas especializarse y dedicar más tiempo a trabajos más profundos. Estamos aún en periodo de pruebas. Ya veremos más adelante.