Opinión

Odiar a los pobres, quemar un sindicato

Rosario Bravo , la mujer desahuciada.

Rosario Bravo , la mujer desahuciada.

Quemar una sede, un monumento, un símbolo es uno de los actos más representativos del odio. Y ese odio, al contrario de lo que dicen para lavar su imagen, no va dirigido a delincuentes que roban casas a las abuelas cuando van a comprar el pan (el mito ha sido tan repetido que ya suena a cuento de cuna). Curiosamente, no se habla tanto de Blanca, una mujer de 78 años que fue desahuciada en Barcelona; o del desalojo de 99 personas, 24 de ellas menores, de un edificio inacabado en Playa Blanca; o de las trabajadoras del sector hotelero que no tienen donde vivir, como Estela, que a sus 70 años vive en un residencial abandonado. Hay una explicación sencilla: el odio -profundo, irracional, clasista- solo quiere ver fuego.

El Sindicato de Inquilinas de Tenerife ardió la madrugada del 23 de junio en un incendio que, sostienen, fue provocado. Un sindicato que no solo protesta contra un sistema caníbal que permite que haya gente sin casa y casas sin gente; también actúa para ofrecer recursos a las familias en situaciones de vulnerabilidad. El local fue quemado de madrugada, mientras la noche oscura y las calles vacías servían de escondrijo. Los libros, la ropa y los juguetes que había dentro no podrán ser donados (las abuelas respiran tranquilas, ¿no?).

El sindicato aseguró haber recibido amenazas por parte de Desokupa poco antes de la quema del local. Aún se está investigando quién o quiénes están detrás del incendio, pero el sindicato ya ha declarado en medios que este tipo de empresas son sus únicos “enemigos confesos”. Los mismos que se dedican deliberadamente a mezclar términos para confundir y sembrar pánico (allanamiento y ocupación, peras y manzanas).

Un caso como este recuerda muy fácilmente a otros delitos de odio. Históricamente, se han quemado las casas de los pueblos conquistados para destruir la moral y las formas tradicionales de ser, vivir y existir. Las llamas mandan un mensaje muy directo. Quemar un símbolo es, en términos de discurso, como prender fuego al objetivo. No exagero ni miento (pueden comprobarlo) al decir que -cuando alguien quemó intencionalmente la patera expuesta en la Universidad de La Laguna- muchos afirmaron que las personas migrantes son quienes deberían arder.

Hay algo enfermizo y egoísta enmascarado entre tanto odio, y es no ser conscientes de lo que es el privilegio. De tener la suerte de que nunca les ha faltado el techo y la comida. De no entender cómo funciona un sistema que arrincona a la gente y especula con las viviendas, uno de los elementos más básicos de la vida. O, lo que sería peor, entender todas estas dinámicas y querer participar de la manera más ruin: oprimiendo aún más, obstaculizando todo lo posible que se presten ayudas. En definitiva, rechazando de forma explícita a la gente pobre. Solo eso explica que se ataque a un sindicato que cumple con labores sociales, buscando el bienestar y la dignidad de las personas.

El Sindicato de Inquilinas de Tenerife no está solo. Ha recibido el apoyo de diversos grupos de Canarias y de distintas partes del Estado, de numerosos colectivos sociales y asociaciones vecinales que se han posicionado en contra del odio. Pero, por desgracia y por sistema, el odio a menudo resuena más alto que la gente trabajando en silencio, sin llamar la atención, para colocar poco a poco los ladrillos de un mundo más justo.

Es importante, sobre todo después de un acto como este, que resuene más fuerte el mensaje de quienes construyen desde la solidaridad. Que su labor no pase desapercibida. Que, por encima de todo, no se ignore la violencia que implica la quema del local, más allá de los daños materiales.