BARRIO A BARRIO | Salud Alto

El flamboyán ‘amenazado de muerte’, el árbol de la vida de Alejandro Krawietz

El gestor cultural y ‘alma mater’ de MiradasDoc inmortalizó en un poema el jardín de la casa de sus abuelos donde se crió

Las hermanas Paloma y Teresa Rodríguez Blanco, tías de Krawietz, en el jardín del flamboyán a final de los años sesenta.

Las hermanas Paloma y Teresa Rodríguez Blanco, tías de Krawietz, en el jardín del flamboyán a final de los años sesenta. / El Día

Humberto Gonar

Humberto Gonar

Filólogo, poeta, crítico de arte, literatura, gestor cultural y ‘padre’ de MiradasDoc, Alejandro Krawietz (Tenerife, 1970) fue director insular de Cultura del Cabildo de Tenerife en el pasado mandato. 

Su infancia está íntimamente ligada al jardín del número 22 de la calle Arona, en la casa de sus abuelos, quienes plantaron hace sesenta años el flamboyán que hoy está amenazado de muerte, como asegura la vecina octogenaria Olga Rodríguez.

La impronta de este rincón verde no ha pasado desapercibida en la vida y obra de propio Krawietz, quien en 2018, aceptó la invitación de la Asociación Solar de dirigir un número de la revista Turista de Interior, un proyecto editorial que «deseaba reflexionar sobre los procesos insulares que permiten concebir los modos distintos de habitar las Islas».

El exdirector insular de Cultura planteó un recorrido por la carretera vieja del Sur, «desde el jardín de la casa de mis abuelos en La Salud hasta El Médano. El punto de salida, el centro de aquel jardín que se me aparecía en la memoria como un paraíso: en su centro, mi árbol de infancia, el flamboyán del que me había ocupado en algunos textos».

Entre otras publicaciones que inspiró el flamboyán a Alejandro Krawietz, el poema que se publicó en Turista de Interior:

«El jardín es una cabaña. Se encuentra en la propiedad número 22 de una calle del Barrio de la Salud Alto. Tres de las ventanas del piso de mis abuelos —ahora en manos desconocidas— dan al jardín. Con ayuda de una cornisa, podía bajarse directamente desde la ventana al senderito. Los dioses tutelares que dominaban el recinto eran un flamboyán y un aguacatero.

El jardín posee todos los rostros del mundo: al norte el aguacatero. Al oeste, la puerta de salida. Al sur, una palmera altísima, que mi hermano y yo vimos crecer. El flamboyán, en el centro, construye la sombra completa. La más hermosa. La más simple.

Para la memoria es tan real el árbol que nos dio cobijo durante el camino como la idea misma de abrigo. Es poner todo sobre la mesa: el personaje del relato y el amigo, el pez del fondo y el pez en el cubo de plástico verde.

La memoria es la mano más la caricia». 

«Qué ridículo sería no intentar salvarlo para que su sombra anime otras tardes, componga, como siempre, la canción de una memoria común», sentencia el propio Krawietz.